Me comenta un lector habitual (Jacinto Lajas) que en su blog “alguien” ha dejado hoy un desagradable comentario, haciéndose pasar por mi. Esto es un nuevo ejemplo de acoso.

Por suerte, Jacinto es lector habitual de mi blog y sabe que yo no pondrí­a un comentario como ese jamás, por lo que ha decidido verificar la autorí­a. Pero, -¿qué hubiese pasado si hubiese creí­do que era yo?

Ya en un artí­culo para la revista PC&I (pronto los pondré todos online en este nuevo blog) hablaba sobre la pesadilla del robo de identidad. Más que las pérdidas económicas y de tiempo, el trastorno mayor para sus ví­ctimas es el descrédito.

Sea quien sea el que está realizando esta suplantación debe saber que muy posiblemente esté cometiendo un delito, y si es así­ tendrá que responder ante un juez.

-¿Y si esta suplantación ocurre en otros blogs, o en otros lugares? No tengo forma de saberlo, a no ser que los admins (o lectores que sospechen) se pongan en contacto conmigo.

Cuando hablo del problema del plagio, es básicamente lo mismo: no se atribuye la autorí­a a su legí­timo autor, por lo que la posibilidad de remuneración directa se ve automáticamente disminuida. Como he comentado muchas veces, no necesitamos la LPI para luchar contra el plagio, pues tenemos el código mercantil (si hay ánimo de lucro) y su figura del “fraude”.

En el caso de que no haya ánimo de lucro (como el ejemplo que nos ocupa) más que de un fraude se trata de una suplantación de personalidad.

La ley nos protege, pero los mafiosos no acatan la ley.

Como he dicho muchas veces, van a tener que atacarme con algo más contundente. Round 4, sigo de pie, y el que aguanta hasta el final gana, pero joder cómo duele cada golpe. No hay dolor. No hay dolor… de hecho, no hay cuchara 😉