He recibido una postal que me dice “Tú has sido pieza clave para completar nuestro proyecto: hemos plantado 10.000 árboles para la recuperación de la Selva Atlántica en la cuenca del rí­o Itajaí­ en el estado de Santa Catarina (Brasil)”.

Se supone que he ayudado a la Naturaleza. Se supone que deberí­a sentirme feliz y orgulloso. Pero no es así­.

Me siento como si cada donativo que hago a una causa que considero justa y/o necesaria fuese una gota en un inmenso océano, que se pierde, se diluye y desaparece.

Me siento como cuando un niño construye un castillo de arena en la playa y cree que durará para siempre, y de repente, de la nada, surge una ola que se lo lleva todo. Todo. No es que destruya el castillo, es que borra cualquier huella, muesca o prueba de que alguna vez se erigió allí­ orgulloso un castillo en medio de la llanura de arena de la playa.

Quizá estoy cansado, quizá me vaya a bajar la regla (por suerte no es eso, -¡buff, qué pesado debe de ser ser mujer, por lo menos una vez al mes!).

Para animarme, para creer, necesito cambios más espectaculares, acciones más profundas, impactos más determinantes. -¿A nivel de gobiernos? -¿A nivel de consumidores? No lo sé. Lo que sí­ que sé es que creo que unas palabras de concienciación hacia el medioambiente en mi blog me hacen sentir mejor que haber plantado un árbol. Quizá me equivoque y le hable a la pared, pero si alguien me escucha, por favor escucha también a la Madre Naturaleza, que la estamos matando en un consumismo ciego y desmedido.

Gracias.