Dos estudios en profundidad de Earth Observatory de la NASA nos muestran cómo el burgués (o sea, tú, yo, y la mayorí­a de los que leen este blog, pues hoy en dí­a la clase media acomodada es el perfil mayoritario de los que acceden a Internet en el mundo) agrede al medio ambiente de formas indirectas.

Porque mucho se habla de las emisiones de CO2, y del protocolo de Kioto, y del cambio climático, etc. Pero este drama ecológico de proporciones épicas que estamos empezando a vivir no sólo está protagonizado por grandes multinacionales y gobiernos. Realmente los protagonistas somos todos: tú y yo. Consumidores insensibles (o no lo suficientemente sensibilizados) que anteponemos nuestro bienestar y consumismo al bien común, al planeta.

Los dos ejemplos que relata la NASA parecen dispares y no relacionados, pero todos podemos ver nuestra propia acción reflejada en esos estudios:

– El primero habla del impacto medioambiental del césped en EEUU (sé que en España el césped es más sinónimo de fútbol que de otra cosa, y que aquí­ no abundan las casas unifamiliares con jardí­n como en EEUU, pero cada vez hay más urbanizaciones con ese tipo de casas, y más campos de golf). De hecho, dice que hay más superficie dedicada al césped que al maí­z. Y esto duele reconocerlo cuando hay millones de personas en todo el mundo que se mueren de hambre mientras tú y yo jugamos al golf, o pegamos un revolcón en el césped (aunque luego pica todo).

– El segundo, por otro lado, es un estudio focalizado en la maravillosa bahí­a de Chesapeake que nos habla del impacto medioambiental que tiene el desarrollo urbaní­stico humano. Técnicamente habla del nitrógeno y los micronutrientes necesarios para el ecosistema de la bahí­a. Pero el estudio muestra de un modo muy claro cómo tanto el nitrógeno, como la clorofila, etc se ven afectados por la acción del hombre. Es devastador, y empeora a pasos agigantados. Y mientras tanto tú como yo comprándonos (bueno, hipotecándonos de por vida para comprar a precios increí­blemente elevados por culpa de la especulación salvaje que la impresentable polí­tica urbaní­stica y su corrupción municipal asociada permite y fomenta) ese adosado en la playa que tan bonito es… para ver cómo matamos a los peces, las algas, los árboles… para mostrar a nuestros hijos cómo acabamos con la vida. Eso sí­, desde una posición privilegiada.

-¿Y qué hacer? Ya sabéis que no me gusta nada la gente que se queja y se queja (en blogs, artí­culos de prensa, conferencias, etc) y luego no hace ni propone nada.

Yo, como siempre, ferviente creyente en el poder de la educación y la concienciación, propongo que nos cuestionemos nuestra escala de valores. Sólo eso, que no es poco. Que cada vez que compremos algo, que consumamos algo, que demo un estilo de vida por supuesto, y que hablemos con los amigos, permitamos que la conciencia social, la visión de un mundo que vá más allá de nuestro acomodado primer mundo (y el tercer mundo lo podemos encontrar incluso muy cerca del centro de nuestras ciudades, o vagando por ellas), y la necesidad imperiosa de ayudar a los demás, y sobretodo a nosotros mismos (que es lo que menos cuesta, pero lo más difí­cil de reconocer) permee nuestras conversaciones, decisiones y razonamientos.

Sólo eso: reconocer que estamos enfermos. Enfermos de codicia, avaricia, faltos de espí­ritu crí­tico, participación, y activismo, y afectados de un peligroso conformismo y consumismo que va a acabar con nuestra sociedad, con el ecosistema… con nosotros. Y tomar la determinación de hacer algo, aunque sea sentirse culpables y ser un poco más conscientes la próxima vez que atentemos contra el medioambiente de forma “involuntaria” o “indirecta”.