Lo que ocurre en Parí­s, pese a que parece distante a los temas que me gusta tratar en mi blog, no está, ni mucho menos carente de relación.

Para empezar intentemos arrojar un poco de luz a los oscuros hechos de violencia sin sentido. Según la cronologí­a de estos últimos dí­as que nos ofrece 20 minutos, la muerte por electrocución accidental de dos adolescentes que se creí­an perseguidos por la policí­a en Clichy-sours-Bois, degeneró en violencia callejera en un barrio de Parí­s entre centenares de “jóvenes” y policí­as, y una marcha silenciosa de protesta de 500 personas.

La posición del Ministro del Interior Nicolás Sarkozy, de defender la “tolerancia cero” y enviar escuadrones de gendarmes a Clichy-sours-Bois causa una reacción instantánea de protestas y enfrentamientos en varias localidades francesas.

Hoy, once dí­as después, ya hay un muerto, varios heridos graves, y el Sindicato de Policí­a pide la intervención del ejército ante lo que considera una “guerra civil”.

También han empezado a ocurrir incidentes de violencia callejera similares (aunque por ahora aislados) en Berlí­n y Bruselas.

Está claro que ni soy sociólogo ni experto en ninguno de los temas que por este suceso se están discutiendo. Pero sí­ me gusta la filosofí­a, la polí­tica y la sociologí­a lo suficiente como para que me apetezca intentar analizar el tema desde mi punto de vista (al fin de al cabo, es mi blog, -¿no?).

Para empezar, harí­a falta un estudio serio de los causantes y la dinámica de grupo de estos “agresores”. Se presupone que son jóvenes (lo cual tiene sentido, pues el la etapa de la vida en la que las emociones y la irracionalidad son más fuertes que el pensamiento frí­o y calmado; además, no me imagino a niños ni ancianos quemando coches ni empujando contenedores, por lo menos en Europa). También se presupone que son marginados e inmigrantes (lo cual también suele ir de la mano).

Asumiendo que así­ sea, mucha gente (periodistas, analistas, polí­ticos, tertulianos, etc) se han apresurado a sacar conclusiones. Con muchas estoy de acuerdo, y a otras diametralmente opuesto. Pero hay puntos particulares que me inquietan:

  1. Llevo mucho tiempo hablando del descontento social causado por un error de percepción de que el consumismo = felicidad. De hecho tengo un artí­culo “aparcado” desde hace meses que demuestra esta falacia con estadí­sticas muy certeras. El mensaje que esta sociedad (avanzada, europea, de consumo, “libre” mercado, democrática en representatividad, y moldeada por medios de comunicación y grandes conglomerados del entretenimiento) transmite a sus miembros (y en especial a los más impresionables, y cuyo bolsillo es más vulnerable: los jóvenes) es un mensaje totalmente erróneo. -¿Cómo es posible que se siga induciendo, por poner un ejemplo simple, al consumo de tabaco, o la violencia gratuita y sin consecuencias en las pelí­culas, y luego se quieran erradicar esos comportamientos con costosí­simas medidas de acción social?

Consumir no es lo mismo que ser feliz. La falsa sensación de seguridad a través de la ocultación y el desconocimiento es peligrosa. El distanciamiento de los ciudadanos de sus polí­ticos y las esferas de decisión sólo causa que un problema de inteligibilidad, y por lo tanto induce al rechazo. Eso me lleva a mi segundo punto de preocupación.

2) Los polí­ticos. No se puede generalizar, pero no dan la talla. Ni en Europa ni en EEUU. Por no hablar de paí­ses subdesarrollados con tasas de corrupción tan alta que nos entrarí­a la risa en España sólo de pensarlo (y eso que aquí­ de corrupción sabemos un rato).

Faltan ejemplos de hombres a seguir. No es fácil, pero los hay. El problema es que el sistema favorece a los peores ejemplares humanos, y pone muchas trabas al que intenta seguir una conducta ordenada, una moral estricta, unos valores positivos, y ser un “ejemplo de virtud”. No hay que ponerse en plan monacal para que existan buenos ejemplos. Conozco muchos hombre y mujeres que, con fallos obvios, y con escándalos mediáticos a cuestas, son grandes ejemplos, y sin embargo estamos rodeados de una gran mayorí­a de dignatarios y mandatarios que no están a la altura del cargo. Supongo que no hay que irse hasta los trasteros para encontrar antiguos trapos sucios, como hacen muchos medios de comunicación (y trolls) que en el “todo vale” cavan hasta encontrar el más mí­nimo resquicio para vilipendiar a alguien, mientras dejan de lado asuntos mucho más graves. Los ejemplos abundan (desde Dick Cheney teniendo que responder a un par de arrestos por conducir borracho hace muchos años, cuando actualmente su principal ayudante I. Lewis Libby ha sido acusado por perjurio, falsedad, y obstrucción a la justicia en el caso de la filtración del nombre de la agente de la CIA Valerie Plame como venganza por las crí­ticas de su marido (embajador) a la invasión de EEUU a Iraq; hasta George W. Bush, cuyo historial de conducción borracho, al igual que el de sus hijas (Noelle, de hecho también ha sido arrestada por falsificar una receta), dio más que hablar durante la campaña electoral, incluyendo el ví­deo donde dice que alguien es “aburrido si no fuma o bebe”, que su falsificación del informe médico de la Guardia Nacional para no cumplir un año de servicio (72-73) para lo cual mostró hasta su examen dental).

Mucho más grave que todos esos “asuntos Lewinski” son las falsedades y afrentas que significan para el ciudadano de a pie cosas tan aparentemente simples como el constante esfuerzo por “salir bien en la foto”, o “salir bien en la tele”. Esa cultura de la imagen, vací­a, hueca, falsa, que tan bien se ha cultivado y que tan bien sirve al sistema a corto plazo (ya se sabe: alienación = facilidad de control; consumismo = cada vez más trabajo = cada vez menos tiempo para socializar y pensar = cada vez más fácil de alienar), es la soga con la que están ahogando a nuestra sociedad. Dejándola sin el aire fresco de valores más profundos, y hábitos sanos como el debate, la diversidad, la crí­tica constructiva, las iniciativas arriesgadas…

No llegaré hasta decir “tenemos lo que nos merecemos”. Eso serí­a justificar la violencia gratuita, y si ya la violencia dirigida y con objetivo, por razonable y justo que sea, ya me disgusta, la violencia sin sentido, como mera expresión de un mensaje no articulado, o como mero rito de pasaje para sentir la pertenencia a no sé qué grupo de descerebrados, no la tolero.

Pero sí­ que diré una cosa más: si seguimos con la venda en los ojos, y dejando que a nuestra sociedad la tome rehén el primero que pase (trabajadores en huelga que cortan carreteras, gobiernos que con la excusa de la lucha del terrorismo nos recortan cada vez más las libertades, marginados que queman coches y disparan a la policí­a, sociedades de gestión que con tal de mantener sus ingresos son capaces de atacar al consumidor y al creador, inmigrantes que armados con machetes cargan contra guardas de fronteras, minorí­as polí­ticas que por significar el voto que da la mayorí­a secuestran la voluntad de un gobierno, o grandes empresas que por la defensa de sus beneficios son capaces de causarle daños a los bienes y la salud de sus clientes), me da igual, como habrá quedado claro, que se haga “desde la derecha” o “desde la izquierda”, tendremos lo que nos merecemos.

Y eso es mi punto de preocupación 3:

3) -¿Hacia dónde nos dirigimos? -¿a una reacción visceral de oposición que nos lleve a una nueva etapa de oscurantismo (ya sea a través del resurgimiento del “fascismo salvador de la mano dura” o de la “revolución salvadora de quemar las instituciones”)?

Puede parecer tremendista, pero pocos signos de alternativas más halagí¼eñas hay. -¿Dónde está el sistema educativo que fomente el espí­ritu crí­tico y por lo tanto nos haga creer en unas generaciones futuras con algo más que aportar que la cultura del pelotazo o la vida de endeudamiento y sumisión? -¿dónde está el apoyo decidido y firme a la ciencia que aporte soluciones a muchos problemas que hoy complican nuestra existencia y que sin embargo sabemos que tienen solución? -¿dónde está el avance hacia más y más afianzadas libertades civiles que garanticen un futuro de optimismo para todos y cada uno de nosotros, que nos aleje del yugo de la voluntad de los oligopolios?-¿dónde está esa consciencia global que nos haga despertar de este terrible ensoñamiento borreguil en el que nos hemos sumido todos, para intentar salvarnos como especie y de paso salvar nuestro ecosistema?

Por cada atisbo de esperanza que se entrevee en una acción desinteresada o un golpe de genialidad, enormes nubes de negra duda y pesimismo se ciernen sobre el horizonte al que miro cada mañana.

Hoy estoy pesimí­sticamente poético, y poéticamente pesimista. No es culpa mí­a, yo sólo he leí­do las noticias.