Siempre que describo mi trabajo, alguien me dice que “qué suerte de estar siempre viajando, comiendo en buenos restaurantes, y reuniéndome con gente interesante”. Pero la verdad es que no es oro todo lo que reluce.

Está claro que no cambio mi trabajo por bajar a la mina, llevar un taxi, clavar clavos, o casi ningún otro, pero sólo para que quede constancia, os relataré un dí­a más tí­pico de lo que parece: el lunes. Tí­pico dí­a de ejecutivo… de esos para olvidar.

Volé con urgencia a Frankfurt para reunirme con un cliente que necesitaba asesoramiento en el lanzamiento de un nuevo producto. Hasta ahí­ todo normal.

Como viene siendo habitual, para reducir costes y así­ maximizar los beneficios para los accionistas (que nadie piense que esos beneficios son para la empresa, ni para sus trabajadores), vuelo via Palma de Mallorca. Pero esta vez sin contratiempos en los aeropuertos ni en los vuelos. Al llegar me recoge mi cliente en un nuevo Audi A6. Vaya, pienso, por fin un viaje de negocios “de cine”. -¡Ja!

Mi cliente me comenta que la reunión tendrá lugar en “terreno de su distribuidor”, a 30 kilómetros de Frankfurt. OK, no hay problema. El conduce. Ese fue el primer problema.

Como nevaba, y le dije que me gustaba el coche que se habí­a comprado, me quiso demostrar lo maravillosa que era la tracción integral quattro del coche. Para ello se puso a 180 Km/h en plena tormenta de nieve. Ni que decir tiene que no me gustó ni un pelo (su idea, la tracción integral funcionó perfectamente, y lo demuestra el hecho de que no nos matásemos).

Una vez llegamos al destino, veo que su distribuidor estaba construyendo el punto de venta (unos 80.000 metros cuadrados de nada), y que pese a que inauguraban la semana que viene, partes del techo faltaban y el sistema de calefacción no funcionaba todaví­a.

Ni que decir tiene que esto no es lo habitual, pero ocurre. Lo malo es que como nunca sabes con quién te vas a reunir ni donde, y para que la imagen de la empresa (y de uno mismo) sea lo mejor y más profesional posible, yo iba con mi habitual traje, corbata y zapatos de vestir.

Durante 5 horas, 9 personas se reunieron con nosotros, a 10 grados bajo cero, de pie. Ellos ataviados con sus abrigos nórdicos y sus botas forradas. Yo con mi traje. Ellos hablando alemán entre ellos y conmigo, y yo haciendo esfuerzos enormes por comprenderlos y contestando en inglés… y todo para decidir dónde y cómo mostrar el producto en el punto de venta.

Al acabar nos sentamos al rededor de una mesa por montar, en sillas que tení­an aun puesta la funda de plástico, y “resolvimos”, en 5 minutos, los temas de publicidad, catálogos, fotografí­as, web, 3D, promoción online, etc, que es para lo que me habí­an citado.

De vuelta al hotel (en el mismo aeropuerto, pues el vuelo de vuelta es martes a las cinco y pico de la mañana), con fiebre y la garganta al rojo vivo, pienso en bajar a cenar, pero como no puedo ni tragar, lo descarto. Pienso en trabajar con el portátil, o en escribir algún post. Pero compruebo que no hay cobertura WiFi (increí­ble: en un hotel Sheraton, en el Aeropuerto de Frankfurt). Así­ que decido darme una ducha y estudiar un poco para mi exámen final de neurobiologí­a. Ni que decir tiene que me quedo dormido en un minuto.

Al dí­a siguiente, al llegar a la oficina, tengo más de 100 mensajes de correo entrante (y unos 400 de correo basura), varios faxes y recados, reuniones que han cambiado de hora… y un dolor de cabeza y garganta que hace que me vaya de urgencias. Pero para recuperar me salto la comida…

Bueno, un dí­a más. Hoy en Madrid (3 horas largas de tren de ida, y otras tantas de vuelta) me ha cundido con el portátil en el viaje, pero una reunión de trabajo rápida al llegar, la conferencia en Hispalinux… y como en los trenes no hay WiFi (y en el Congreso de Hispalinux tampoco), sigue mi buzón lleno de mensajes por contestar. Eso sí­, al comida muy agradable, aunque en vez de en la mesa grande, he comido en la pequeña, con un eurodiputado y con un miembro de la junta directiva de Hispalinux (y he disfrutado de la compañí­a y la conversación, pero habí­a gente en la otra mesa con la que me hubiera gustado charlar más tranquilamente, así­ que Ismael, Ramón, Adrián, Alvaro, etc, lo dejamos para la próxima, a ver si hay más tiempo).

Moraleja: si quieres ser ejecutivo piénsatelo, y prepárate. Y si me has escrito un email, perdona si tardo en contestar.