Lo primero que uno ve cuando llega a un paí­s es el aeropuerto, -¿no? Pues estamos perdidos. No es que los aeropuertos americanos, noruegos, u otros, sean perfectos, ni mucho menos. En especial lo de los americanos con los controles de seguridad es de juzgado de guardia: desde el 11-S TODAS las veces que he volado a EEUU (o vuelos internos) con una compañí­a americana “he sido seleccionado” para una inspección de seguridad “detallada”, la cual consiste en quitarse los zapatos, desabrocharse el pantalón, ser cacheado, que te acribillen a a preguntas, que te abran y revuelvan el equipaje de mano… Y lo de dejar la maleta sin cerrar es para todos los pasajeros. Esto es ridí­culo. Siempre paso con una botella de “agua” o “zumo” para ver qué me dicen. Y nunca dicen nada. -¿Y si llevase explosivo lí­quido?. -¿Y si llevase explosivo plástico C4 en el bolsillo?.

-¿A cuantos “terroristas” han detenido por este procedimiento? -¿Cuántos atentados se han evitado gracias a estas medidas? El recorte de nuestros derechos, -¿a cuantas detecciones de bombas ha llevado? CERO. Ese es el triste resultado de todo esto: CERO. Y sin embargo siguen con ello. -¿Por qué? -¿tan torpes son de no darse cuenta de que no sirve realmente? -¿O a caso sirve para otra cosa?

En efecto, el objetivo no es principalmente detener a terroristas (claro, que si alguno cae, pues premio). El objetivo es el control de la población, el acostumbrarla a someterse, a reducir sus derechos, a aceptar el dictamen de la “autoridad” sin rechistar. Eso se puede conseguir por la fuerza (lo que suele llevar a rebeliones y levantamientos) o poco a poco. Y eso es lo que están haciendo.

Pero cuando uno llega a España, se nota. Y no porque aquí­, paí­s que sufre el terrorismo más a menudo que EEUU, no haya controles de seguridad (aunque es cierto que mucho más respetuosos). No lo digo tampoco por el olorcito a jamón, o por lo alegre y vivaz de nuestras conversaciones.

Lo digo porque Spain is different: llegada a Barajas en vuelo transoceánico, y en vez de un finger, nos enví­an al autobús. Llegada a la terminal (con un control de pasaportes que no se creen ni ellos), y otro autobús para el transfer entre terminales. El secamanos del lavabo de caballeros no funciona. El del siguiente lavabo tampoco. Y el del siguiente tampoco. Las colas en información son inacabables. En el monitor no se indica la puerta de embarque (ni siquiera la terminal) del vuelo a Valencia, pese a que embarcamos en 10 minutos. Y para colmo, tres anuncios por megafoní­a:

– “Por su propio interés rogamos mantengan sus pertenencias controladas en todo momento”.

– “Aviso: Esté atento a las puertas de embarque. Por la megafoní­a de este aeropuerto no se realizan llamadas de embarque”.

– “Se comunica que la misa dará comienzo a las diez, en la capilla, terminal 2”.

Me entran las ganas de irme en taxi, que aquí­ por lo menos (y por ahora) no pagan a la SGAE por llevar música en la radio (aunque sí­ pagan las emisoras) no como en Finlandia. Y digo yo, -¿ningún taxista se ha quejado en Finlandia de eso? -¿Ningún juez se ha meado de risa por la resolución del Supremo Finlandés? Porque lo de que el taxi “se lucra por la música” es tan ridí­culo como fácil de demostrar: una encuesta demostrarí­a que a nadie nos gusta la emisora que lleva el taxista, el cual muchas veces se empeña en además comentar la tertulia o el partido de fútbol (aunque entiendo que estar todo el dí­a en el taxi le da necesidad de comunicarse a cualquiera). Y si se aferran a la “comunicación pública”, sólo hay que ver que casi siempre en el taxi sube una sola persona. -¿O lo dicen por llevar la ventanilla bajada y que la gente de la calle “se aproveche” de esa música? No lo creo. Lo de llevar la ventanilla bajada en Finlandia no es una opción. Habrá que alegrarse de que en eso Spain is different.