Según las Naciones Unidas y Médicos Sin Fronteras, más del 90% del coste de I+D en la industria farmacéutica va dirigido a curar enfermedades (o en la mayorí­a de casos simplemente aliviar sí­ntomas) padecidas por menos del 10% de la población.

Algo falla. La economí­a capitalista de “libre mercado” (y lo pongo entrecomillado, porque de libre tiene tan poco que da risa) no puede ser la única norma y regla con la que regir los designios de nuestra especie. Ese modelo tiene una tendencia natural a la concentración y el mal reparto de los recursos, que es absolutamente dañino cuando se aplica a escala mundial. El “libre mercado” es muy peligroso aplicado ciegamente junto a la inevitable globalización.

Señores de las grandes farmacéuticas: está muy bien (es un decir) que se llenen los bolsillos desarrollando pastillas para que los ricos con insomnio puedan dormir, o para que los yuppies occidentales combatan el estrés (y si eso hace que se conviertan en adictos, pues mejor para el negocio -¿no?). Pero -¿cómo pueden dormir sabiendo que 35.000 personas mueren al dí­a por no tener acceso a medicamentos básicos? -¿seguro que ustedes no podrí­an hacer llegar esos medicamentos al coste a todos esos necesitados? Ah, claro, se me olvidaba, como me dijo una vez el representante de la SGAE en un debate televisado (UPV-TV) hablando de qué pasarí­a si se pudiese hacer “copia privada” de la comida para enviarla a los indigentes: “algo así­ desequilibrarí­a el mercado y afectarí­a al precio de las cosas y por lo tanto al beneficio”. Hay que joderse (o como se dirí­a en clave polí­tica “manda huevos”).

La responsabilidad social (y societaria) es cosa de todos. De empresas, gobiernos y ciudadanos.