Lola Sánchez, en irreverendos.com, tiene este excelente chiste gráfico:

Los campesinos, como los músicos, son ví­ctimas de los intermediarios, que hacen que “su” “producto” (o mejor dicho el resultado de su trabajo) llegue al “mercado” con precios manipulados por entidades intermediarias y quasi-monopolí­sticas. PERO…

Lo que diferencia estos dos casos es que el trabajo del campesino produce un elemento tangible, y en muchos casos idéntico al de otro. Además el intermediario del campesino tiene el poder que le otorga el sistema de concentración de quota de mercado, no un monopolio otorgado por la ley. O sea, que está jodido y poco puede hacer que no pase por una revolución.

El músico, por otra parte, produce un intagible digitalizable, para la difusión y distribución y comercialización del cual NO hace falta intermediario alguno. Además su “producción” es (o deberí­a de ser) diferente de la de otros. Y para colmo, los impedimentos tecnológicos (DRM) que permiten a sus intermediarios imponer en la obra, atentan contra el consumo de la misma y los derechos de sus clientes. Y no olvidemos que esos intermediarios en algunos casos (como las Suciedades de Gestión) tienen el monopolio concedido por ley, y en otros (como discográficas y editoriales) compran el monopolio legal, y además manipulan los precios a base de oligopolios de mercado.

Y mientras, los borregos de los consumidores, a pagar lo que sea en el supermercado, o en la FNAC, por los ní­speros o por lo último de OT.

Pues con los ní­speros es más difí­cil (aunque yo mañana me planto un nisperero), pero con la música se les ha acabado el chollo a los intermediarios: o el autor/artista/intérprete nos permite el comercio directo con él, o nos permite el libre acceso a la cultura, que ya le llegará la remuneración (por conciertos, merchandising, obras por encargo, esponsorización, etc).