Hoy he decidido no coger el iPod para pasear por el centro. He decidido que mis oí­dos captasen los que me rodea. Y es increí­ble lo que nos perdemos (bueno y malo) al llevar auriculares.

Pero más interesante ha sido bailar sin música: una de esas situaciones en la que el camino de dos personas se cruza en una acera, y las dos, de modo muy curioso, deciden rectificar sus caminos, haciéndolos coincidir una y otra vez.

Por supuesto, que de modo automático y casi subconsciente he dicho “perdón” mientras modificaba mi rumbo exageradamente para acabar con aquel waltz. Lo curioso es lo que la otra persona (un hombre de mediana edad) decí­a a la vez: “joder, a ver si te quitas de enmedio”. Eso me ha hecho reflexionar (y por supuesto quedarme quieto con lo que obstaculizaba más su paso… lo cual tení­a merecido, y que al final lo ha sacado de quicio).

En cualquier conflicto, confrontación, guerra, o absurda situación similar, el principal problema es un egocentrismo de enfrentamiento unilateral. El “otro” es el enemigo, el malo, el que hace algo malo. No importa que en muchas de esas situaciones haga falta el concurso de dos (o más) lados para que se llegue a la situación indeseada. No importa por qué el otro hace lo que hace, o cómo se ha llegado ahí­.

-¿Es esto genético? -¿es cultural? -¿es modificable? -¿es resoluble?

Lo que está claro es que es muy triste.