Nada como los largos viajes con sus vuelos intercontinentales para generar situaciones que se podrí­an denominar surrealistas, si no fuese porque el término está ya desgastado.

Desde la increí­ble situación en Barajas, donde en la puerta de embarque del vuelo Madrid-Nueva York han llamado a los pasajeros que vení­amos de vuelos en conexión (o sea, los que vení­amos de alguna otra ciudad que no fuese Madrid)… y -¡solo éramos 3 en todo el avión (un B-767-300ER completito)!

Para más cachondeo, los otros dos eran una pareja japonesa, que vivia en Pamplona y no hablaba español.

El viaje ha continuado con la arquetí­pica, pero no por ello menos real, pareja de encantadores jubilados, que sin saber ni palabra de inglés han pasado por todo tipo de malentendidos con los “asistentes de vuelo” (azafat@s/camarer@s de avión): formularios de inmigración, auriculares, selección de canal, menú, etc. Uno intenta ser amable y bien educado (no vean el esfuerzo que ello significa para un espí­ritu maligno como el mí­o) pero todo tiene un lí­mite, y al final el iPod me ha salvado.

Por supuesto no podí­a faltar la vieja pantalla de proyección comunitaria, reminiscente de la Guerra Frí­a, una época en la que la personalización y la no linearidad eran conceptos utópicos. En ella, un Billy Bob Thorton haciendo de astronauta granjero con dos agentes del FBI tan ridí­culamente parecidos a Freddy Mercury que han hecho que decida no darle ni una oportunidad a la pelí­cula (y mire que me gusta el cine, oiga).

Hasta la comida ha dado de sí­ en este vuelo: -¿alguna vez se ha visto sorprendiéndose a sí­ mismo por el motivo de una decisión supuestamente intrascendente?. En esta ocasión han sido los tortellini.

Como todo el mundo sabe, el primer bocado de un plato de pasta caliente hay que tomarlo con cuidado, pues cuando quema quema mucho (aunque no tanto como los cafés magmáticos que sirven los yankees en sus tazas de Kevlar). Como se enfrí­a enseguida, esta precaución sólo se suele adoptar con el primer bocado. Pero metódico y precavido que es uno, yo suelo adoptar el viejo método de “primero la periferia, y luego el centro del plato”.

No esta vez.

Mi cerebro ha ido mucho más allá, mucho más deprisa que lo normal (y eso que ya de por sí­ baraja docenas de variables conscientes y supongo que miles o millones subconscientes para cada pequeña acción). Antes de tomar el segundo bocado ha analizado cosas como la temperatura del primero, la velocidad a la que se suele enfriar la pasta, el tiempo que la bandeja de aluminio llevaba abierta, la distancia que hay del centro a los bordes de la misma, el tipo de salsa y su distribución, el hecho de que los tomates eran frescos y naturales, o el material con el que estaba hecho el tenedor (qué tiempo aquellos en los que la cuberterí­a del avión era tan atractiva que te entraban ganas de llevártela a casa). -¡Menos mal que llevaba el iPod y escuchaba el vcast de AskANinja a la vez!.

Para quitar de mi cabeza todo este metaproceso de datos ha llegado la menosmalquenotantí­pica turbulencia por columna térmica que me recuerda que volar no es una actividad placentera, sobretodo si no eres un pájaro o por lo menos no estás pilotando. Las reacciones de pánico son naturales cuando es tu primera vez (la caí­da libre durante unos segundos que parecen horas, el tintineo constante de la señal de abrocharse los cinturones, el hecho de que vuelas a kilómetros de altura sobre la mitad del Atlántico, y la falta de explicación por parte del piloto debido a lo súbito del fenómeno no ayudan), pero esta vez han sido demasiado elocuentes para mi gusto.

Joder, ahora “Cerdos Salvajes”. -¿Quién elegirá las pelí­culas de abordo? -¿Harán una pelí­cula sobre este tipo, a lo “El Hombre del Tiempo”? -¿Contendrá, como esta última, reflexiones pseudo-filosóficas?

Creo que deberí­a dormir un poco. Pero a quién vamos a engañar, con un portátil en marcha y repleto de baterí­a (gracias a una espera demasiado larga en la sala VIP del aeropuerto) mi technolust es más grande que mi sueño, pese a no tener conexión a la red. Seguro que dentro de poco diremos “-¿te acuerdas cuando en el avión no se podí­a acceder a internet?”. Lo que no se es si añadiremos “gratis”.

Mi capacidad de absorción de algunas cosas (como los acentos, o los estilos literarios) no dejan de sorprenderme. Acabo de terminar Microsiervos (el libro, no el blog, que espero que no se acabe nunca), gracias Juan, y reconozco el estilo stream of consciousness en mis palabras. Maldita sea, queda tan principios de los 90. Menos mal que hace tiempo que no leo a Kafka o Dostoievsky.

Se acerca el fin del vuelo. No sé si habrá conexión a la red en el hotel (como he comprobado en multitud de ocasiones el número de estrellas no es correlativo al nivel de avance tecnológico de los hoteles), pero es Nueva York. Seguro que antes de que el taxi llegue a la puerta principal (justo en frente de Central Park) he pillado por lo menos kazillion wifis abiertas y posteo esto desde la red de Default 😉 (más me vale, porque aun no he recibido el correo que me confirma a qué hora es la reunión de mañana, y como no me ponga el despertador, mañana no me levanto ni para coger el vuelo de la noche a Chicago).

Ahora a buscar un sitio hip/chic para cenar algo y a dormir como un niño bueno. =:-)

[Actualización: el peligro de posts intimistas y sinceros como este es que haya gente que no lo entienda, que no lo quiera entender, o que no lo crea. Además es comida fácil para trolls. Qué le vamos a hacer. Soy como soy, te guste o no, lo cual por otra parte me importa un carajo -por cierto, -¿sabes lo que significa carajo? 😉 -]