Eric D. Werker, un assistant professor de la unidad de Business, Government and the International Economy de la Harvard Business School, ha escrito un artí­culo proponiendo que las empresas serí­an unos candidatos ideales para presentarse a la presidencia de paí­ses corruptos.

Para empezar, esa inaceptable y escandalos propuesta es en sí­ ofensiva, pues en muchos casos esas empresas que propone son las principales promotoras de la corrupción de los gobiernos. Está claro que la falta de educación del electorado, de sistemas de control, de medios de comunicación independientes, etc. hacen posible un sistema corrupto. Pero también es cierto que sin empresas corruptoras (e instituciones facilitadoras como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional) no existirí­a la corrupción a gran escala.

A su vez, ese artí­culo da que pensar sobre la naturaleza de los verdaderos concurrentes a las elecciones: -¿son partidos o empresas? Entre las donaciones, las cuotas, las corruptelas, los negocios directos, los indirectos, y los favorecidos, desviados, integrados, etc. al final nos encontramos ante organismos hí­bridos, que no tienen nada (o todo) que ver con un verdadero y puro partido polí­tico (expresión organizada de una ideologí­a polí­tica) pero tampoco con una empresa (supuestamente ajena a ideologí­as o la gestión de los asuntos legislativos, ejecutivos, y judiciales del paí­s).

Y no hablo sólo de EEUU, con sus Republicanos y Demócratas (con sus maquinarias de hacer y gastar dinero, tan parecidos que a veces es difí­cil distinguirlos), ni de España y sus PSOE-PP-IU-Nacionalistas (con sus pactos, alianzas contranatura hambrientas de poder, y negocios oscuros), ni de Palestina (donde mezclan nacionalismo con victimismo, con derechos y virtudes, con religión y negocio, todo aderezado de una pizca de poder), o de ETA (con organigramas, órdenes, extorsión, aparato financiero, triple moral y sangre).

Empresa, partí­do polí­tico, poder… y en todo este entramado que hemos permitido que se cree y nos domine -¿dónde está el indiví­duo? -¿qué precio estamos pagando por hacer outsourcing con el poder que se supone emana de todos nosotros?

-¿No es hora de que nos lo replanteemos todo y retomemos el poder antes de que esos entes deshumanizados nos despojen de todo lo que nos importa, para convertirnos en consumidores/votantes/espectadores/ví­ctimas?