No me refiero a las campañas publicitarias de los partidos polí­ticos (que, por cierto, suelen ser penosas en casi cualquier caso… lo cual demuestra que igual que en las campañas de detergentes, intentan llegar a todos, asumiendo que el “común denominador” es realmente bajo, y aunque así­ lo sea, no hacen nada por elevarlo).

Me refiero a las propuestas de “fomentar la participación en democracia mediante el marketing”. O sea, que la gente vote cada 4 años (a eso le llaman participación) a un reducido, impermeable y endogámico grupúsculo de lameculos prepotentes (a eso le llaman democracia) gracias a publicidad a saco, lavado de cerebro mediático, y propaganda (a eso le llaman marketing).

Cuando John Quelch y Katherine Jocz de la Harvard Business School explican el concepto en su libro “Greater Good: How Good Marketing Makes for Better Democracy” parece tener sentido, pero es muy importante mantener en mente los grandes peligros de este enfoque: restricción del debate, uniformidad de mensaje y pensamiento, “normalización” de las opciones polí­ticas, enquilosamiento del proceso “participativo”… y al final, lo que se deja entreveer en sus propias palabras, exclusión de todo el que se salga de dicha norma (como cuando dicen que el consumidor/votante que no participa se convierte en un cí­nico… -¡como si esto fuese malo!).

A parte de ofendernos a los cí­nicos, creo que esta gente es el máximo exponente del gran riesgo de la maquinaria Marketing+Polí­tica, de los medios y la globalización, de la uniformidad de pensamiento…