Ya estamos en 1984
Por la autopista he esquivado un radar móvil, pero cuando, todo satisfecho he mirado al cielo como gesto reflejo de libertad, me he encontrado a un helicóptero de tráfico justo enfrente de mí. En la radio mensajes electorales, muy pocos partidos u opciones. En la televisión sólo se habla de “el debate”. Sólo 2 candidatos. Llego al médico, me pide mi tarjeta SIP. La bánda magnética no funciona, con lo que tiene que introducir a mano los dígitos. Se equivoca, y le da error. Me mira como si no existiese, como si al no concordar mi número con la referencia en la base de datos, yo no tuviese derecho a estar allí. Oigo cómo una madre busca a su hijo Mohammed, mientras un guineano corre por el pasillo con sangre en una ceja. Me extraña que no me llame la atención. Al salir voy a una tienda tipo “colmado” (llamadas “de chinos” o “todo a 100”). Me encuentro extraña y curiosamente a gusto entre el aparente caos de mercancía diversa. Los amables empleados del establecimiento me sonríen, pero sé que si no fuese un potencial cliente, no me tratarían así. Ya no sé si es 1984, Blade Runner, o Minnority Report.
En el coche escucho la banda sonora de Blade Runner. Pero la sensación de opresión es definitivamente de 1984. En cualquier caso la propia identidad y los recuerdos intentan configurar un ente capaz de luchar por su libertad. Pero a cada instante ha de redefinirse. El entorno cambia. Yo cambio. Yo -¿soy?. -¿Qué o quién soy?
Las drogas o la alienación mediante fórmulas facilonas de showbusiness no me atraparán. Pero sí, deseo que me lleves. Lejos de aquí. A un sitio nuevo para mí: a mi interior. Aunque me temo que ya sé lo que encontraré cuando me lleves allí: NADA. Ya no queda nada, si es que alguna vez hubo algo. Y el hecho de que me lo pregunte me llena de tristeza.
Quizá sí haya algo, pero no recuerdo cómo reconocerlo o qué hacer con ello.
SIGH