Al final la reunión (para preparar la presentación de mañana) ha ido sobre ruedas, y he tenido tiempo de ir a visitar el Palacio de Verano con mi amigo Wolf.

El viaje en taxi ha sido larguito (más a la vuelta, durante el tráfico de hora punta, donde he podido apreciar lo bien que saben tocar el claxon mientras eruptan los taxistas locales), pero me ha permitido, como suele ser habitual, dar un vistazo rápido y superficial a la ciudad. Por supuesto hay de todo: desde la mayor modernidad arquitectónica (y eso sin visitar los lugares diseñados para eventos deportivos de los JJOO)

hasta templos milenarios

Al llegar al Palacio de Verano me doy cuenta de su enorme dimensión (y yo con la rodilla lesionada) y su imponente belleza

A diferencia de lugares de culto y monumentales japoneses, los chinos suelen ser más grandes y menos cuidados (aunque se ven esfuerzos de restauración). Este no es una excepción: su “pasillo” tiene 728 metros y cuenta con más de 8000 pinturas al fresco sobre madera; el puente de los leones tiene más de 500 esculturas de leones, todas ellas ligeramente distintas entre sí…

Pero me llaman la atención dos cosas principalmente: que casi sólo hay chinos (ya he comentado los problemas para obtener visado ultimamente, y mi amigo me corrobora que este es un efecto directo de dichos problemas), y que hay MUCHOS (aunque me dicen que en fin de semana y vacaciones es mucho peor).

Y lo que no se le puede escapar al alma más desensibilizada: la belleza te rodea a cada paso y en cada rincón

no me extraña que piensen que “aquí residen las nubes”

Bueno, otro duro día de trabajo.

Ahora al hotel, y a cenar (sopa de aleta de tiburón servida en papaya, hojaldre de hígado de oca con setas chinas negras, y tartaletas de huevo duce con coco y dim sum con sésamo y vainilla), que mañana es el día clave para los negocios (se publicará una nota de prensa y todo)

[foto es del lobby del hotel]