Desde el Ryokan Andon de Tokio escribo estos apuntes más como notas propias y recordatorios que como post estructurado.

La salida de Beijing ha sido curiosa, porque en el aeropuerto he visto cómo se batía el record de comprobaciones de seguridad: 8 veces me han comprobado el pasaporte (¡2 veces dentro del finger de embarque!), y 2 veces me han hecho abrir la maleta (la embarcada una vez). Además el arco detector de metales ha pitado cuando yo he pasado, y lo único que llevaba de metal (comprobado luego a mano) era… ¡la bragueta!. Eso me pasa por viajar con cinturón de castidad. La próxima vez me lo quito 😉

Además, como despedida (aunque se supone que es como bienvenida) está este paradójico cartel:

En la sala VIP de Air China tienen comida que me encanta (desde noodles instantáneos hasta zumo de coco), pero lo mejor es la estación de carga de móviles.

Por mucho que uno se prepare, el idioma japonés no es algo que se pueda aprender en un par de días. Lo bueno es que las guías de Japón abundan online (empezando por la “oficial”). No obstante cuando llegas a Narita empiezas a sentirte abrumado. La gente, la velocidad, el idioma… Incluso el lavabo te resulta un poco amenazador con todos esos botones e instrucciones: ¡3 formas de limpiarse el culo y efectos de sonido para disimular lo que ocurre en el retrete!

Luego, cuando consigues aclararte y el metro te deja en la estación de tu hotel vuelves a sentirte sobrecogido: ¿cómo narices se aclaran si las direcciones no siguen un orden? Lo que es peor: buscar esa dirección que no encuentras, bajo la lluvia. Para cuando he llegado a la habitación (muy minimalista y claustrofóbica, como veréis, aunque cuando enrollas el futón y guardas la mesa plegable hay bastante más tatami del que parece), estaba empapado por la lluvia y por el sudor.

Pero eso no es nada. Después de la ducha he salido a cenar (maravilloso Udon, me moría por tomarlo con Tempura).

El metro es exactamente como en las películas: ejecutivos cansados a las 10 de la noche, algunos leyendo manga, otros el periódico, otros jugando a la PSP, otros durmiendo, y la mayoría con el móvil.

No me extraña, aquí todos los móviles son de pantallas de enorme resolución (más que el iPhone), y las tarifas de datos dan risa. Qué envidia. A ver si aprenden en España. Por cierto, el iPhone previo al 3G no funciona en el país del Sol Naciente, y me he enterado después de una hora de intentarlo todo. O sea que voy sin reloj (últimamente no suelo llevar) y sin móvil. No importa porque no me espera nadie, pero el metro cierra a media noche.

Así que desafiando cansacio y elementos, me voy a dar una vuelta. Primero por Ginza, y luego por el Golden Gai de Shinjuku, pues hay un DJ interesante en un local de la zona llamado Plastic Model.

En ese momento os juro que me he sentido como Bob Harris en Lost in Traslation. De verdad, no me van los clichés, y cuando vi la película me pareció un guión desestructurado y una fotografía falta de fuerza, que daban como resultado un film blando y etéreo.

Pero andando por la calle viendo toda esa energía, toda esa gente, el contraste, la belleza… y todo tan aparentemente ajeno a uno. Le entran ganas de formar parte de eso, de experimentar, de probar. Y a la vez se siente uno cansado, perdido, abrumado, sometido a las experiencias y circunstancias vividas, a todo un constructo de “realidad” que nos creamos de forma más o menos artificial y/o forzada. Una parte quiere luchar contra eso. Otra cree que es demasiado desestabilizador el intentarlo. Pero el no hacerlo es admitir derrota, una muerte prematura. Así que con todo el cansancio del mundo, me sumerjo. Y disfruto. No intento ni siquiera encontrar un sentido ni sacar una conclusión. Cuando me despierte mañana (hoy, de hecho) ya veremos.

Lo que está claro es que Sofía Coppola ha hecho un pedazo de obra de arte, y ahora lo entiendo. Y lo siento en mis propias carnes. A ver si descanso un poco y mañana me enfrento a esta ciudad superenergética e hiperestimulante con más fuerzas.