Se han escrito tomos y tomos sobre la transición a cultura audiovisual contemporánea. Así que este post se ceñirá a experiencias personales y subjetivas.

Recuerdo con mucho cariño el estar encerrado en el camarote de un velero leyendo de una tacada La Historia Interminable, o el no poder dejar de leer Momo mientras merendaba en el pueblo de mis abuelos cuando era niño. La nostalgia y el romanticismo están muy bien. El defender la lectura pura de los textos desnudos como ejercicio potenciador de la imaginación es muy correcto.

PERO

Dicho lo cual, hay que reconocer que la experiencia cuasi-abrumadora de una versión multimedia inmersiva de una aventura épica multimedia (ya sea Zelda, MarioBrios, o GTA) no es como para tratarla de “cultura de segunda”, tal y como mucha gente (y la mayoría de los medios de comunicación) sigue haciendo 20 años después de su generalización.

En estas experiencias se auna la lectura (aunque poca y en pantalla, pero se lee), la riqueza de una obra multimedia (algunas, sobretodo las recientes con unos niveles que ni la mayoría de superproducciones de Hollywood), y la interacción (reflejos, toma de decisiones, nexo empocional, etc).

Cierto es que la imaginación es más libre cuando interpreta lo leído la Iliada o Cien Años de Soledad, pero todo el que ha “jugado” a ICO, Rez, Prince of Persia, Legacy of Kain, The Getaway, o God of War saben que no sólo son “plataformas”, FPS, o simuladores (que por cierto son experiencias muy gratas en sí mismas). Por no hablar de los “megapotenciadores de la creatividad” como eJay ClubWorld, Music3000, MTV Music Generator, etc.

Así que la próxima vez que alguien me pregunte “¿cuántas pulgadas tiene esa tele?” mientras intento acabar con un final boss, con 1 punto de energía en mi última vida se come el Wiimote y de postre el Nunchuk.