Una revista de mucha difusión en España me pidió hace unos días un artículo sobre la situación actual de la “propiedad intelectual”. Y colaborador que es uno, escribí y envié el artículo.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando me contestaron que era “demasiado violento” y si podía “darle una vuelta”.

Esta fue mi contestación:

_Hola [nombre]

Te agradezco el feedback. Y respeto el comentario de [nombre de editor].

En otro momento anterior hubiese estado de acuerdo, y me hubiese parecido estupendo “darle una pequeña vuelta”. Pero ya no. Uno se cansa de transigir, de buscar el consenso, de la crítica constructiva…

Si queréis emplear la versión “reducida” que os envié, estupendo. Pero no me apetece “editar mis palabras” cuando expresan lo que siento.

Un abrazo muy fuerte para tí y para [nombre de editor]_

[Actualización: El artículo se ha publicado íntegro. Enhorabuena a la revista PC&I, me ha vuelto a demostrar tanto su independencia como su corage]

¿Y cuáles eran esas palabras? Juzguen ustedes mismos:

“Compartiendo todos ganamos, restringiendo todos perdemos”

La obsolescencia tecnológica, el anacronismo, o el inmovilismo suelen ser las primeras causas que se citan cuando se intenta comprender la motivación de propuestas legislativas tan bárbaras como penalizar el uso del P2P o ampliar los impuestos (“canon”) a las copias privadas. Pero en la raíz de comportamientos tan absurdos se encuentra el temor a la pérdida de control que sufren los intermediarios parasitarios que pululan al rededor de la (sic) “Industria Cultural”, desde Suciedades de Gestión tipo SGAE hasta discográficas, productoras, distribuidoras, o abogados.

A esta jauría no les importa que existan métodos de comercialización y promoción de obras culturales que permiten al artista desconocido darse a conocer y acercar su obra a las masas, y al artista reconocido comercializar su obra sin pasar por intermediarios. Les da igual que los ejemplos abunden (desde Nine Inch Nails a Maria Schneider, pasando por Cory Doctorow o Vázquez Figueroa). Hacen oídos sordos a cientos de investigadores y expertos de todo el mundo que publican los resultados de sus investigaciones en prensa económica o revistas científicas para denunciar lo dañino que es sistema de copyright y “derechos de autor” para la creación de obras culturales (dañino tanto para el autor como para el “consumidor”). Lo único que pretenden es seguir prediciendo quién se convierte en superventas, dictando las cláusulas de los contratos, y asegurándose la manipulación delictiva de un mercado que han plagado de escasez artificial.

Hubo un tiempo en el que el ser humano soñaba con el acceso universal e ilimitado a la cultura. Eso está a nuestro alcance hoy. Y está más que demostrado que es compatible con la remuneración del creador profesional. Pero pese a tener tan maravilloso sueño al alcance de nuestra mano tecnológica, vamos a permitir que los intermediarios parasitarios y sus marionetas los políticos rehenes de los focos y los flashes acaben con la tecnología que hace posible no sólo dicho sueño, sino otros como la mensajería instantánea, la computación distribuída para análisis científicos (que van desde la lucha contra el cáncer hasta la predicción meteorológica), o la colaboración en proyectos de ingeniería industrial. Porque todo eso y mucho más funciona a través de los sistemas P2P. La herramienta nunca es la culpable, sino un uso incorrecto de ella, de lo contrario no existirían ni cuchillos, ni martillos, ni aviones…

Pero a ellos no les importa. Igual que no les importa minar nuestras libertades y derechos online mucho más allá de lo que jamás les permitiríamos offline. Despídete de la tutela judicial, del derecho a copia privada, del derecho constitucional de acceso a la cultura, o de la presunción de inocencia. ¿Qué vendrá después, el derecho a la libertad de expresión? Estos fascistas ya han demostrado que no creen nada más que en el dinero. El suyo, que te han sacado del bolsillo después de manipular precios, hacer firmar contratos con cláusulas abusivas, y restringir tus derechos como consumidor. ¿Lo vas a permitir? Ya lo estás haciendo.