Hoy ha fallecido uno de los hombres que más he admirado en mi vida: D. Erich.

No suelo ponerme sentimental ante los fallecimientos, ni me desvanezco en los entierros. La muerte es posiblemente lo más natural que tenga la vida, y sólo aquellos con miedo a vivir la temen, o ven en ella un tabú.

Pero he de reconocer que he perdido un referente.

D. Erich, a quien conocí como mentor a nivel profesional, siendo un gran apoyo en una encarnizada batalla de consejo de administración (sobre la que hablaré un día de estos), era una persona excepcional en muchos aspectos. Íntegro, positivo, honesto, fiel, leal, y luchador pero sensato y conciliador.

Su pasado fue muy duro, habiendo desertado del ejército nazi y realizado una larguísima caminata a pie a través de los Alpes, herido de bala, tras fugarse de un campo de concentración donde estaba condenado a muerte. Luego llegó a España, donde empezando desde abajo llegó muy lejos en los negocios, pero sin engañar nunca a nadie.

Me enseñó mucho. Y su última batalla, contra el cáncer, la lidió con la fuerza, valentía y entereza con la que lidió todas sus otras batallas. Sólo que esta la perdió.

No creo en otra vida o en un más allá, pero si lo hay D. Erich se ha ganado un descanso.

Lo mejor que puedo hacer ahora por él es recordarlo, reconocer lo mucho que, supongo que sin saberlo, hizo por mí, y vivir mi vida con la valentía y honestidad con la que vivió la suya.