Nada más llegar al hotel ayer ví que la fruta que tenían en recepción, en vez de ser las habituales manzanas que hay hoy -que no me falten mis manzanas 😉 -, era granadina. Así que me comí una: deliciosa. La verdad es que estos países tropicales tienen una auténtica suerte con sus frutas exóticas autóctonas (y por lo tanto siempre maduras, disponibles, y económicas).

Al entrar en la habitación hacía frío (en el exterior ¡17 grados! cuando ayer en Caracas hacía 33). Así que subo el termostato a 25 y espero. Nada. Apago el aire acondicionado y espero. Nada. Comprueba las ventanas: cerradas. Cuando me he levantado esta mañana estaba helado. Así que me he puesto a investigar de dónde venía el frío: en las ventanas hay una rendija superior y una inferior que se manejan con una pequeña manivela y que se me había pasado la primera vez que comprobé las ventanas (pues estas estaban cerradas). Moraleja: comprueba siempre las habitaciones muy bien, pues el personal de servicio quiere que estén ventiladas y frescas… pero no piensan que si entras en la habitación horas después que ellos, lo que están es heladas.

Durante el desayuno he podido probar 16 cosas que nunca antes había tomado, y eso que soy de los que lo prueba prácticamente todo vaya a donde vaya (serpiente, cocodrilo, lo que sea). Por una parte furtas, que me encantan: higos (no los nuestros, que aquí llaman “brevas”), capulín, feijoa, manzana de amor (que parece diseñada por Philippe Starck), pitaya, uchuva… y por otra parte cocina típica costeña. Para beber jugo de papaya y piña, luego cumis, y luego un cacao. Eso sí, su repostería es pésima.

El ambiente en la calle es normal, de hecho bastante energético y sensación de seguridad. Nada que ver con Caracas. Parece ser que la cosa era al revés hace 10 años, pero ha ido cambiando. Ahora, eso sí, esto más pro-yankee no puede ser: desde los lavabos hasta los interruptores, todo es made in USA, y los anglicismos alcanzan niveles cómicos.

Ahora estoy esperando para mi segunda reunión (de 6), ya que la primera no ha ocurrido (y ni se han molestado en cancelar, con lo que he perdido 3 horas). Así es la vida comercial. Menos mal que las vistas son preciosas. Pero para compensar, esta noche me van a llevar a cenar a un restaurante que parece ser toda una institución en Bogotá: Andrés Carne de Res.