El viaje ha comenzado con pequeñas anécdotas sin importancia (el Consejero Delegado de Air Nostrum, mi vecino y cliente, ha volado en el mismo vuelo que yo, pero a él le ha recogido un coche a pie de avión mientras los demás nos mojábamos al subir al bus con lluvia).

El Madrid-Caracas ha sido un vuelo sin más curiosidad que una tripulación mayor, cansada y malhumorada, y un sistema de seguimiento de vuelo que no paraba de mostrar “Invalid” sobre cada punto del mapa que sobrevolábamos (qué tranquilidad da eso).

Lo más digno de mención del día ha sido el caos monumental en inmigración del aeropuerto Simón Bolivar. Las colas, interminables y desorganizadas, sin nada que las dirigiese, organizase o delimitase (ni carteles, ni cintas, ni cuerdas, ni cadenas, ni pintura en el suelo… nada). El personal sin el más mínimo interés por ayudar. Ni siquiera mostrando un ápice de preocupación. Y los pasajeros, sobretodo los del este, absolutamente incrédulos de lo que veían.

Para colmo me ha pasado una de principiante que no voy a olvidar en mucho tiempo: sabía que el cambio del mercado negro da el doble que el cambio en el aeropuerto, aunque uno no se puede fiar de cualquiera, pues le pueden colar billetes falsos.

Lo que no sabía es que uno se atonta con 8 horas y media de viaje (y 50 minutos de cola en inmigración). Porque es la única explicación al absurdo error de cálculo que he cometido cuando el taxista me ha dicho “180.000 bolívares por llevarle a su hotel”. Por no querer sacar el iPhone en público (el tema de la seguridad aquí está bastante mal), he hecho un cálculo rápido y he pensado “6‘5 euros, dada la distancia, me parece bien barato”. ¡Pero resulta que no eran 6 sino 65 euros! Para cuando me he dado cuenta llevábamos un rato en el todoterreno con cristales tintados (pero sin guardaespaldas esta vez, no como en otros lugares), y no me ha parecido bien re-negociar cuando el error ha sido mío.

Nunca he visto tanto coche parado en la cuneta. Y como en cualquier gran ciudad, sobretodo en LatAm, los ghettos y las chabolas abundan.

Al llegar al hotel he oído a una chica quejarse de que le habían cobrado 100 euros por el mismo trayecto. Mal de muchos consuelo de tontos.

Encima por 5 minutos no puedo nadar antes de irme a dormir (que el cuerpo es lo que me pide, pero en hora local es demasiado pronto), y la conexión a la red falla, con lo que tengo que sujetar el cable (wifi sólo en el lobby) con la mano. Mañana me vengo en el buffette de desayuno y por la tarde no perdono unos largos, que calor hace un rato, y además la piscina está climatizada. Buenas tardes/noches.