Lo del aeropuerto de Caracas ha sido de auténtica película.

He salido de Bogotá puntual, y sin problemas, pero como la señorita de Avianca no ha podido facturarme el equipaje hasta destino, pues enlazaba en Caracas con Iberia, he tenido que volver a pasar por la abarrotadísima inmigración de Caracas, recoger la maleta (que ha salido exáctamente la última) y volver a facturar. Y aquí empieza la aventura.

Llego a la zona de facturación de Iberia, y la cola es imposiblemente larga. No sé cuántos vuelos ni a dónde estaban facturando allí, pero no había forma de que consiguiese llegar a tiempo si guardaba esa cola (mi avión salía en una hora y unos minutos, con lo que en menos de media hora cerraban la facturación).

Así que, pidiendo disculpas y muy amablemente me dirijo al principio de la cola, donde un empleado del aeropuerto comprobaba los billetes y pasaporte antes de acceder al mostrador, y le explico la situación de urgencia. “Mire usted, aquí en Venezuela todos somos iguales, así que tendrá que hacer la cola”. Le hablo de la igualdad de oportunidades, de la igualdad ante la ley, pero de la diferencia de circunstancias. Parece que la filosofía se la suda.

Entonces hago algo que normalmente no haría, algo va contra mis principios, pero que me podía sacar del problema: le pongo un billete de 100 US$ en mi pasaporte y le digo:

“sí, pero mire, es que yo voy en primera (ambos sabíamos que no era verdad), así que puedo pasar a facturar por la fila de primera (que lógicamente estaba vacía, pero que desesperantemente no estaba atendiendo a nadie para aligerar la carga de la cola) ¿verdad?”. Sin el más leve atisbo de sorpresa, enfado, o duda, me contesta, “claro que sí, señor, por aquí”. Veo que su discuso sobre la igualdad es tan frágil como su ética. Corruptor dixit.

La facturación dura más de media hora de reloj, pues a la chica no le cuadraban los códigos. Decía que yo tenía reserva en un vuelo que no existía. WTF. Así que llega la encargada, “Heidee” (toma Spanglish, aunque el otro día me reuní con un “Benhur”, lo juro), se pone a teclear como una loca, y a final lo arregla todo. Eso sí, la etiqueta que ponen en mi maleta, la escriben a mano. No rezo porque soy ateo, pero no me da muy buena espina que se diga.

Una vez resuelto el asunto de la facturación, otra inmensa cola en el pago de tasa de salida. Así que me la juego, saco el resguardo del otro día, le pongo el pulgar encima de la fecha y me dirijo al control de seguridad. Ni lo comprueban. Adelante.

Miro la tarjeta de embarque para comprobar la puerta, y veo que el vuelo 6700 salía a las 17:50 ¡¡y ya eran las 19:00!! Compruebo los paneles del aeropuerto y aún ponían “última llamada” en el vuelo a Madrid, con lo que, con la esperanza de un retraso, corro a la puerta de embarque.

Lo más increíble es que al llegar, veo a todo el mundo sentado, con cara de llevar mucho rato esperando. “¿Qué ocurre?” pregunto a un señor que estaba desparramado por el asiento. “Pues que el vuelo 6700 que se supone que salía a las 17:50, lo han cambiado a las 19:10 por ser horario de invierno, cambio de hora y todo eso. Además le han cambiado el código a 6702, e Iberia no nos ha avisado”. Me río, una risa nerviosa causada por la mezcla de incredulidad, cansancio, y estupor, y me siento.

Pero no acaba ahí mi aventura. No.

Me llaman por megafonía, y acudo a la puerta. Dos policías y dos militares me piden que les acompañe porque han detectado algo extraño en mi maleta. Recordemos que la maleta viene de Bogotá, Colombia. Uno, que ya lleva más de un millón de kilómetros a la espalda, respira e intenta tranquilizarse, pero qué quieren que les diga, se te pone un mal cuerpo… Empiezas a imaginarte todo tipo de probabilidades y explicaciones. Que si la maleta en cuestión no es la mía, que si alguien ha introducido algo en ella, que si es una excusa para un secuestro express…

Me ponen unas cintas reflectantes cruzadas en el pecho y espalda, y me llevan al medio de la pista. Ahí estaba mi maleta y varias otras. Me dicen que me acerque y explique “ese líquido que sale por el lateral”. Les pido que me permitan abrirla para mirar, y me dicen que adelante, pero se hechan unos pasos atrás, y levantan sus armas. Joder.

La abro, y como había supuesto, se había salido el champú, y había empezado a filtrarse por el lateral de la maleta. Se lo enseño y me dicen, “Ah, está bien, ya puede usted volver a la zona de embarque”. Al girarme veo a otras personas, y asumo que algo les pasa a sus maletas también. Sonrío sabiendo lo mal que lo van a pasar. Malicia y empatía en un solo gesto.

Ahora, mientras espero a embarcar mi último vuelo, ya en territorio nacional, me hace gracia todo el periplo. Me alegro de haber sido capaz de haber mantenido la calma en todo momento. Una experiencia más. Y luego me preguntan por qué tengo tantas canas con lo joven que soy 😀