No me gustan las imposiciones y las obligaciones arbitrarias. No me gusta que el consumismo se parapete tras el sentimentalismo estacional y las masas convulsas sientan, no sólo el impulso, sino la obligación y la expectativa, de regalar y recibir porque el calendario muestra el número 25 o el 6.

Tampoco me gusta que las grandes manifestaciones culturales pasen desapercibidas, y muy poco apreciadas, mientras la basura formulada y pre-digerida nos es embutida por cada medio al que damos entrada en nuestro cerebro.

¿Y qué se puede hacer, y qué es lo que me gusta? Pues me gusta regalar, cuándo y cómo me apetece. Y sin porqué. Por que a quien se lo regalo me importa. Punto.

Y me gusta descubrir obras  excelsas, de las que me hacen preguntarme si en realidad lo que tenemos por “grandes maestros” no son sólo la punta del iceberg, una pequeña fracción de lo que en realidad pasa por debajo de nuestros radares.

Así que, tras esas divagaciones que a veces pienso que escribo para filtrar el lector ocasional del adepto a este impulsivo blog, aquí van sugerencias literarias para regalar en cuanlquier ocasión menos el 25 o el 6:

– “Augustus Carp, Esq. – Being the Autobiography of a Really Good Man” “Escrito por sí mismo” (“pseudónimo” de Sir Henry Bashford) 1924. Si te gusta la ficción cómica anglosajona en la línea de P.G. Wodehouse, Ronald Firbank, Stella Gibbons, o Terry Prachett, esto te parecerá incluso mejor. Genial.

– “Oblomov” de Ivan Goncharov (1858). Novela admirada por Tolstoy que dedica sus cien primeras páginas al esfuerzo de Ilya Ilyich Oblomov por salir de la cama, donde se está tan bien… Pero hay que pagar el alquiler, y además está Olga.

– “Hauntings” de Vernon Lee – a.k.a. Violet Paget (autora de obras muy diversas como The Beautiful) (1890), obra maestra de la ficción supernatural victoriana, con historias tan geniales como “Oke of Okehurst” o “Amour Dure”, con mi inscripción de collar favorita: amour dure, dure amour.

Con estos libros me ha pasado como con “La taberna errante” de G.K. Chesterton (1914), que cuando mis amigos de Traficantes de Sueños me lo regalaron me sorprendió no haber oído hablar de él. Más vale tarde que nunca. Pero como a mi querido Fausto, a veces el ansia de conocimientos puede llevar a la desesperación. Así que, pasito a pasito, sin prisa pero sin pausa, a disfrutar de la buena lectura. Y no esperes una excusa, ni creas que necesitas dinero, para regalar, o regalarte.

PD: Por cierto, un ejemplo de que siempre es un buen momento para leer, y que no hay obra demasiado compleja para quien esté dispuesto a abordarla, lo he encontrado a la entrada del avión de Filadelfia. En la cabina de control del finger, manoseado como si hubises sido re-leído varias veces, el operario de aspecto burdo y descuidado, tenía un ejemplar de “Los últimos tres minutos” de Paul Davies.