O me gusta la buena mesa, o cada vez hay mejores restaurantes en todas partes, o lo de Málaga es un paraíso culinario. Supongo que un poco de todo.

En esta ocasión he tenido la suerte de poder disfrutar de un par de lugares trendy: Rucula, más formal y original; y comoloco, ensaladas, pittas, y postres geniales. Y un lugar muy tradicional, Santiago, de esos donde normalmente no entras si no es porque lo sugiere la suegra (y siendo la primera vez que comes con ella y los cuñados, no es plan de rechazar la sugerencia), o porque lo conoces de toda la vida, pero donde he comido el plato del año: potaje con jibias. Para chuparse los dedos.

En cuanto al hotel, una moderna decoración de interior, un estupendo buffet de desayuno, pero sobretodo un divertido tobogán para bajar del primer piso al lobby. Son detalles “juguetones” como ese los que te alegran el día.

Por cierto, esta vez fui en coche de un tirón y no se me hizo nada pesado. Pero claro, con mi chica al lado y siendo que era para trasladarse y por fin vivir juntos… ¡así cualquiera viaja feliz!