El pasado miércoles Juan y yo “disfrutamos” de un completo día viajero: Valencia-Pamplona (vía Zaragoza) por la mañana. Por la tarde Pamplona-Madrid (vía Vitoria y Burgos).

Fue uno de esos viajes en los que pasamos de “mira qué bonita la montaña nevada, haz una foto”

a “vaya, espero que esto no se coja”

a “no toques el freno, decelera, concentrate, no veo nada, vaya mierda, ¿dónde está el quitanieves?”

Me recordaba a Michigan. No lo echaba de menos ni una pizca, y ahora Juan entiende por qué. Llegamos al aeropuerto de Barajas (donde tenía una reunión con unos irlandeses, y donde me esperaba un retraso de 2 horas) por los pelos.

No todo son restaurantes y anécdotas de aeropuerto en los viajes.

Menos mal que luego el avión me llevó a Málaga, donde llaman “mucho frío” a estar a 12 grados, y un abrazo de mi amor me devolvió el calor. Luego también ayudó el volver a Nouvelle, y probar Asako (mucho mejor ZenArte, pero no está nada mal).