Ayer fue un día de los duros: avión de Bogotá a Lima a las 6 de la mañana, lo que significa levantarse a las 3 para estar en el aeropuerto a las 4:30, con situación irreal incluída (si es un vuelo de “código compartido” entre Taca y Avianca, y el identificador del vuelo es AV, entonces se embarca por Avianca ¿no? Pues no, no se puede, hay que ir a Taca y hacer la cola de nuevo. El vuelo de Taca excelente: avión nuevo, pantalla personal, tripulación simpática…

Interesante el sistema de entretenimiento de abordo: ¡con GNULinux embebido y puerto USB para trabajar con aplicaciones ofimáticas (y para otras cosas 😉 )!

 

Aquí también hay playa 😉

 

Reunión toda la mañana, y a comer con el cliente en el restaurante Pescados Capitales de camino al aeropuerto (excelente y original comida, servicio, y con mejor prosa en su menú que muchos escritores de best sellers en sus procesadores de texto).

Luego directo al aeropuerto: Lima – Bogotá – Caracas para llegar pasada la media noche, y descubrir que el chofer del hotel no está, y al llamar para comprobar nos dicen que “no va a ir, así que cójanse un taxi”. Maldito Caracas, le estoy cogiendo manía a la ciudad y a sus habitantes, con lo bien que me ha ido en Lima y Bogotá, y lo amable y simpática que es la gente allí.

Al final, a las 2 en el hotel (entre inmigración, maletas, y largo recorrido en taxi), y levantarse a las 6 para la reunión de las 7.

Hoy, tras un copioso desayuno y una intensa reunión, hemos podido disfrutar de un paseo en coche con Mario Giubergia, un simpático y políglota chófer-guía, por Caracas. Se ha empeñado en demostrarnos que “en Caracas se vive chévere”, cosa que no se cree ni él (ya que como dice, la diferencia horaria aquí son 10 años y media hora 😉 ), y para eso nos ha llevado al Country Club, donde hemos visto escenas de las que soliviantan a un pueblo cuando hay miseria: chóferes  en 4×4 con lunas tintadas y escolta llevando a las hijas de los ejecutivos de las compañías petrolíferas americanas (cuando se trata de negocios se ve que ya no son el “Imperio del mal” para Sr. Presidente) a tomar sus clases de tenis o golf. También nos ha paseado por la zona de las embajadas con más alambres de espino y cámaras de lo que suele ser habitual, los altos, etc. Hemos terminado en el Hatillo. Curioso pero nada interesante, a excepción de una gigantesca tienda de artesanía y productos regionales (con una colección de salsas que podría convertir a uno en un afamado chef de la noche a la mañana) donde hemos comprobado el uso que los indígenas venezolanos daban al petróleo: reparar sus canoas.

Para cenar, repito el del viaje anterior: el Punta Grill, con un par de empresarios españoles, la responsable de una asociación, y mi chica. Buena comida, sencilla, pero excesiva. Tras cambiar en el mercado paralelo (al doble del cambio oficial), directos a dormir que mañana hay que madrugar y volar mucho (si no han cancelado el vuelo como se rumoreaba).

Hasta pronto LatAm.

PD: Hay que estar atento a todo aquí. No digo que sea por ser Venezuela, pero esto no me suele pasar en otros países: en la cuenta del hotel me habían aplicado una tarifa el doble que la reservada (perdón, se nos olvidó aplicar la tarifa de la Embajada Española) y además habían cargado el servicio de chófer del aeropuerto que nunca apareció (tras comprobarlo con un montón de personas y empleados). Dan ganas de no volver.