Hay espectáculos que merecen la pena, y espectáculos que no. Y luego están los que merecen un post a parte.

Ayer tuve el privilegio de asistir con mi chica a la ópera en cinco actos “Faust” de Charles Gounod, con libreto de Jules Barbier y Michel Carré. Y digo privilegio porque fue una interpretación sencillamente exquisita. Absolutamente todo fue excelente, desde la danza a la interpretación, pasando por la orquesta, el coro, la dirección (la musical a cargo de Frédéric Chaslin ya que Lorin Maazel no pudo estar debido a una bronconeumonía), el estupendo maquillaje y caracterizaciones, escenario y atrezzo.

Por encima incluso de todo ello, a destacar las voces de Fausto (el tenor Vittorio Grigolo) y Margarita (la soprano Alexia Voulgaridou, que hizo un enorme esfuerzo al interpretar ella sola lo que habitualmente comparte con Natalia Kovalova, afectada por un proceso gripal).

Pero lo que me dejó boquiabierto fue el saber hacer de Mefistófeles (el bajo Erwin Schrott). La interpretación, el canto, y sobretodo una presencia que transmitía verdadera fuerza interior.

Por buscar algún pequeño fallo, minúsculo, se podría decir que la caracterización de Cristo/Dios es realmente decepcionante (bajito, sombrero de copa y traje negro, con alas… en contra de cualquier iconografía clásica, que es en definitiva en lo que se basa esta puesta en escena), y la constante presencia del órgano desentona en determinados actos.

 

Palau de les Arts de Valencia

En cuanto al marco, el Palacio de las Artes Reina Sofía de Valencia, muy digno sin ser excepcional, pero necesita un inhibidor de señal para que el provinciano público (aunque buena parte se notaban turistas y/o foráneos, con mucho menos networking de entreacto que en el Palau de la Música) no contamine una obra tan bella con sus patéticos tonos (cabe la primera, “un descuido imperdonable”, pero las segunda, tercera y cuarta vez son dignas de pena de alejamiento a cualquier representación artística).

 

Interior del Palau de Les Arts de Valencia

 

Lo que sí se agradece, y mucho, son las pantallas de transcripción individuales en todos (a excepción de unos poquitos) asientos, con una traducción y timing perfectos. Mi francés está oxidado, y la pronunciación en lírica sostenida de una tenor del este no facilita mucho la comprensión.

En cuanto a la obra en sí, esta estaba basada en el “Faust” de J.W. von Goethe. Yo prefiero mil veces la de Marlowe, centrada en el conocimiento epistemológico mucho más que en los escarceos amorosos y las veleidades del espíritu humano tan acordes con la obra de Goethe.

En definitiva, esta coproducción de la Royal Opera House, la Opéra de Monte-Carlo, la Opéra de Lille, y la Fondazione Teatro Lirico Giuseppe Verdi merece mucho mucho la pena (tanto las 3 horas y media como el precio de las entradas). Y no, el hecho de compartirlo con mi chica, aunque por supuesto lo hizo más placentero, no me ha nublado el juicio: realmente es una producción exquisita.