Tener recuerdos está bien, es necesario. La memoria es fundamental. Pero no tiene sentido aferrarnos al pasado, o peor aun, vivir en él. Con frecuencia atesoramos objetos que automáticamente nos permiten o facilitan revivir sensaciones y situaciones que no volverán. No deja de ser una forma de engañarnos a nosotros mismos. Y si no los guardamos para eso, ¿para qué entonces?

Yo mantenía en un cofre más de 500 cartas de amor (y desamor, celos, nostalgia…) que me han escrito desde mi adolescencia hasta hace poco, desde Inglaterra, Alemania, Canadá, EEUU, Las Islas Cayman, Colombia, y España. El otro día, hablando sobre el zen con mi chica, sobre vivir el presente, sobre la absurda importancia que solemos otorgarle al pasado y que no nos permite disfrutar plenamente del presente y el futuro, pensé en ese cofre. 

Hoy, siguiendo el ejemplo de John Lennon y Yoko Ono, he decidido deshacerme de todas esas cartas. Pero antes de quemarlas las he revisado, por si había en los sobres algo de plástico o metal, fotos, etc.

Mis sorpresas han sido varias. Las principales:

  • Mi recuerdo absolutamente distorsionado de alguna de las relaciones que he tenido. Ciertamente la memoria es selectiva y subjetiva.
  • Lo fácil que es comprender algunas cosas a posteriori, y lo difícil que parecía entonces.
  • El grado de homogeneidad con el que mis parejas me han descrito a lo largo de los años.
  • Por terrible que esto suene, la cantidad de nombres a los que no consigo poner cara.

En cualquier caso, el acto de quemar esa enorme pila de papel manuscrito o mecanografiado (incluso con sobres hechos a mano, y demás filigranas) no es una forma de renegar de mi pasado, o de intentar olvidar. Tampoco es una “afrenta” a todas esas maravillosas mujeres con las que he compartido experiencias y recuerdos. Es sólo una liberación de atadura. Es aligerar equipaje, para poder continuar el camino más concentrado, más intenso.

Al arder, lo ha hecho con una violencia realmente impresionante. Las llamas eran moradas, y los papeles se retorcían quebrándose y resquebrajándose, como si se retorciesen en un último acto de pasión. Definitivamente algo salía de esa pira, a parte de calor y humo.

Un fuerte abrazo a todas las que me escribisteis esas cartas. Vuestras letras quedan en mí, no en un papel arrugado. Con cariño: Maria José, Sara, Cherisse, Anna, Ana, Ana A., Ana I., Monique, Mari Carmen, Debbie, Cinnamon, Auri, Alicia, Eva, Almudena, Begoña, Nuria, Rocío, Gema, Susana, Teresa, Lynann, Karri, Alana, Belén, Carmela, Aurora, María, Karen, Kimberly, Beatriz, Gretchen, Tammy, Laura, e Inés. Y descansen en paz las (dos que yo sepa) que no siguen entre nosotros.