Tras culminar el beve pero interesantísimo libro de John Perry “A Dialogue on Personal Identity and Immortality”, he tenido la sensación de que el autor, en la más tradicional costumbre académica, se queda corto al no aportar su propia visión, su alternativa. No me ha sido suficiente el elegante y ameno repaso a las principales teorías de la identidad que efectúa disfrazado de dramático diálogo. Así que, ayudado por una, interesante como siempre, conversación con mi chica (estudiante de Filosofía, entre otras muchas cosas), he llevado el concepto mucho más allá, terminando en derroteros inesperados (lo cual constituye uno de los principales placeres del debate y la tertulia).

Para empezar, el concepto de identidad. Como ya dijo Thomas Reid en Essays on the Intellectual Powers of Man (1785) Ensayo III, Cap. IV: ““La convicción que cada hombre tiene de su identidad, tan atrás como se lo permite la memoria, no necesita ayuda de la filosofía para reforzarse; y no hay filosofía que la pueda debilitar, sin producir primero algún grado de locura.” [traducción propia]

Podemos dar por supuesto el concepto. Podemos incluso dar por supuesto que todos sentimos y entendemos “identidad”. Pero ¿de dónde emana? ¿Qué soy “yo”?

La mayoría de nosotros descartamos el argumento materialista, por el cual la identidad es un precepto físico (cuerpo, cerebro, etc). El motivo es obvio: pese a que te corten una pierna (o sustitúyase por la parte del cuerpo que se desee, incluso partes del cerebro) sigues siendo, o sintiéndote, “tú”. 

Por otro lado tenemos los postulados de los dualistas, de mentalidad Cartesiana, como Descartes, Butler, Clarke, Reid, Chisholm, o la mayoría de religiones occidentales. Sostienen que la “persona”, en esencia, es un ente inmaterial, o alma, que no requiere de cuerpo o sustancia física, y por lo tanto puede sobrevivir a la muerte física del cuerpo que “alberga”.

Por último parecen estar los reduccionistas, como Locke, Shoemaker, o Parfit, quienes intentan delimitar la esencia de la identidad personal en un elemento continuista lineal (ya sea memoria, cuerpo, cerebro, comportamiento…).

Introduciendo una serie de paradojas (basadas en supuestos como la clonación, la amnesia, etc), todos estos enfoques quedan descartados, o debilitados hasta el punto de no parecer muy válidos. Y aquí termina el libro, con la muerte de Gretchen.

Quizá influenciado por acabar de ver “Un Budha”, estar leyendo “Mente y Cerebro Zen”, y mi pasión por las filosofías orientales, me planteo la pregunta desde otro punto de vista: descartando la limitadora visión de la linearidad, nos queda la duda del continuismo.

El continuismo no tiene por qué ser reduccionista. ¿Y si la conexión es a nivel de especie, de planeta, de energía…?

Pero incluso yendo más allá, propongo: ¿Por qué nos obcecamos en el continuismo? ¿Por qué no aceptar la opción de que NO soy el mismo que nació, creció, experimentó, soy, vivirá y morirá?

Como dijo Foucault: “No me preguntes quién soy ni pretendas que siga siendo el mismo”

Estoy seguro que el egocéntrico concepto de “identidad” que tenemos en las sociedades occidentales modernas no tiene nada que ver con la realidad. Pero ese (“realidad”) es otro interesante debate 😉