De nuevo a Bogotá. 

El viaje ha comenzado con mal pie: revisando los documentos (caducidad del pasaporte, reserva de hotel, billetes de avión, etc) anoche, me doy cuenta de que tengo reserva de avión, pero no confirmación de emisión.

Llamo al servicio 24 horas de la agencia de viajes, y me confirman que la reserva se canceló, que no se emitieron los billetes. Tras el lógico enfado (tengo delante el email en el que les daba el OK para emitir billetes), la amable operadora se pone a buscarme alternativas: o pasar un día extra (otro fin de semana jodido) y pagar 200 euros más (y otros 200 por la noche de hotel extra) o pagar 1000 euros más y mantener los mismos vuelos. Jodidas compañías aéreas.

Resuelto el entuerto, llego al aeropuerto, y lo encuentro increíblemente vacío. Nunca había visto el aeropuerto, a las 9 de la mañana, tan vacío. Sólo trabajadores del aeropuerto y líneas aéreas. Nadie más. Nadie. Me atiende una muy amable señora al hacer el check-in, y le pregunto ¿es normal que esté vacío el aeropuerto? Y me dice: es muy extraño, pues tenemos overbooking en los vuelos de la mañana. ????!!!!

Una hora para conexión internacional, con cambio de terminal en Madrid. Del final de la H al final de la R (incluído trenecito al satélite y control de pasaportes, claro). Menos mal que no es CDG, pero aun así he tenido que correr de lo lindo. Lo increíble es que la maleta haya llegado (y además ha salido por la cinta la primera, como si hubiese corrido como yo).

Ahora a cenar, aunque sea unas arepas con jugo de guanábana, y a dormir, que estoy reventado.