Tras llegar a las 1:30h. via París CDG, lo primero que llama la atención es que las oficiales de inmigración llevan minifalda y tacones, cosa que se ve corroborada una vez paseas por la ciudad: prácticamente todas las mujeres llevan faldas o minifaldas, y tacones.

Otra cosa que llama poderosamente la atención es la increíble cantidad de coches de lujo y superlujo que circulan por las calles de Moscú. Niveles de desigualdad económica que recuerdan a las épocas zaristas. Mientras millones de rusos se preocupan por cómo calentar sus casas en invierno, unos “pocos” (en porcentaje, pues son muchos en cantidad) circulan con sus Lexus, Porsche, o Mercedes-Benz (poco Audi y BMW), o llevan a su “novia” de lujo a cenar caviar al restaurante de moda mientras los guardaespaldas miran con cara de matón en la puerta y el chófer aguarda en el coche, mal aparcado encima de la acera.

Lo que fue el colmo: ver cómo para maniobrar el Maybach del mafioso de turno, y que pudiese entrar en él cómodamente, un guardaespaldas vestido de militar (con chaleco antibalas y metralleta en mano) paraba el tráfico de una avenida de tres carriles, y se ponía chulo con un conductor que tocó el claxon.

El hotel tiene una buena ubicación, lo que nos ha permitido movernos con comodidad. Y como hacía calor, hemos andado mucho. Las avenidas son enormemente anchas, como Tverskaya, donde según me comentaba mi tradutora, para encajar los planes urbanísticos grandiosos de la era soviética, movieron un enorme edificio unos 20 metros a base de un sistema de railes y poleas. También en dicha avenida podemos encontrar todo tipo de tiendas; la que me ha llamado más la atención es una de comestibles gourmet. ¡Seguro que en la época soviética no estaba tan bien surtida! (aunque no sé que es peor, si no poder acceder a los alimentos más básicos, o que te muestren delicatessen y que no puedas permitírtelas).

Por supuesto dedicamos casi todo el tiempo libre a visitar la zona del Kremlin y la Plaza Roja, que no se llama así por su pasado comunista (ya que la plaza antecede siglos a los comunistas), ni por el color de los ladrillos de las murallas (que originalmente eran blancos) sino porque en ruso “rojo” significa tanto “rojo” como “bonito”.

El Kremlin es un complejo de edificios oficiales e iglesias (muchas, y muy antiguas), interesante compendio de opresores varios del sufrido pueblo ruso, que desde los zaristas y sus patriarcas, a los comunistas y ahora oligarcas, deben aguantar y pagar con sangre las agresiones (20 millones de rusos dieron su vida por detener el avance nazi sobre Rusia).

Pero lo más curioso de la Plaza Roja, más que el mausoleo de Lenin, ahora casi siempre cerrado (qué pena no poder mirar la cara de los miles de rusos que antes hacían cola para venerar la tumba de uno de los personajes más curiosos de la historia), es el centro comercial que, justo enfrente, se presta a los excesos de oligarcas, altos funcionarios, y mafiosos.

Preferí comprar en el mercadillo del exterior, aunque resistí la tentación de adquirir un gorro de piel ruso (pedían demasiado, tal y como comprobé más tarde en otra tienda), sí compré un pastelillo de miel relleno de mermelada de manzana para mi hijo y unos posters constructivistas propagandísticos soviéticos.

También disfrutamos de un paseo por Stary Arbat, una calle peatonal donde vi aparcadas una Victory y una Honda que me han dejado absolutamente alucinado.

Lo que nos quedamos con ganas de hacer fue asistir a una interpretación del Bolshoi, pero no quedaban entradas hasta dentro de dos semanas (y eso que están en el edificio anexo, ya que el clásico está en obras). Siempre nos queda el Mariinsky en San Petersburgo. Eso sí, dos han sido los restaurantes elegidos para las dos noches que pasamos en Moscú:

– Suliko, Un restaurante Georgiano un tanto despersonalizado en cuanto a decoración, pero con una comida genuína e interesante. Eso sí, la música de fondo no podía ser más patética, por muy Georgiana que fuese: una mezcla de Rafael (que por cierto actuaba estos días en Moscú… ¡creía que llevaba muerto muchos años!), con Chiquito, en ruso y un organillo de fondo.

– BON, decorado por S+arck. El piso de abajo una copia casi idéntica al de Pekin, el de arriba mucho más fresco e informal, como si fuese una terraza. Precios algo caros, y sobretodo un servicio absolutamente despreciable y asqueroso. Altivos y rudos, los camareros deberían ser condenados a un Gulag por servir Goulash con tan mal gesto. Menos mal que la chica de recepción sonríe (creo que es lo único que hace). A destacar el originalísimo (y curiosamente práctico) urinario: con forma circular, y relleno de cubos de hielo, el efecto es espectacular.

El aeropuerto, última visión de la ciudad, tan impersonal, seco y frío como esta. No muy grande, por ser la terminal Nacional. Próxima parada: San Petersburgo (antes Leningrado).