Me irrita que, tras vuelos con conexiones perfectas, sin equipaje facturado, y todo fluído, llegar al hotel (que está a menos de un kilómetro del aeropuerto) cueste casi tanto (en tiempo y en dinero) como volar hasta Londres. Pero eso es lo que pasa cuando hay un exceso de regulaciones y un monopolio u oligopolio: eficacia puede, eficiencia para nada.

Para relajarme he dado un paseo por Hyde park. He estado contemplando a las descaradas ardillas, a los centenares de corredores (desde la pareja de estudiantes españoles, que vienen a aprender inglés, corren juntos, y hablan español, al ejecutivo de bolsa que lleva el imposible atuendo de shorts rosa, polo azul con cuello levantado, y zapatillas de deporte con calcetines de vestir negros). Y sobretodo me he dado cuenta de que la identidad, la esencia, ya no pertenece a un lugar.

En realidad nunca fue así, pero la dificultad en viajar mantuvo separados lugares y personas, con sus idiosincrasias. Ahora todo es permeable, hibridado, y accesible. Paquistaníes paseando por un parque de Londres, un cocinero persa haciéndole la cena a un español, cena que sirve una camarera malaya… ¿Qué es Londres? Como cualquier otro lugar: una colección de elementos, con su historia y tradición, ubicados en un lugar. Nada más. Si creen los vascos, o los flamencos, que son distintos o especiales, porque su “tierra” lo es, se equivocan. Son distintos porque les han enseñado que lo son. Porque no se han planteado ser de otra forma. Pero no son distintos por lo que los debería de hacer: porque deciden ser quienes son. Y eso es porque no se paran a pensar quienes son. O porqué.

De Hyde park salgo por una puerta al azar, para explorar, como me gusta: sin rumbo u objetivo. Termino en Bayswater. Todas las tiendas de souvenirs tienen la misma mercancía, y no se molestan ni siquiera en quitarle la etiqueta china. Pronto las marcas mismas serán chinas.

Último metro de vuelta. Y siempre me hace fijarme en las CCTV y la supuesta seguridad para la que se emplea dicha tecnología. Seguridad que se ha demostrado no incrementa, y sin embargo Londres sigue siendo la ciudad del mundo con más cámaras CCTV y más intromisión en la privacidad del ciudadano en espacios públicos. Control. Está claro.

Por lo menos tienen puntos de información y emergencias.

Esta mañana he desayunado rodeado de coreanas y japonesas (tripulaciones de líneas aéreas), y ha sido una extraña sensación. Otra vez ¿dónde estoy? ¿qué somos?

Ahora unas cuantas reuniones y presentaciones de la Unión Europea, y al aeropuerto. Bendito check-in online. Malditas conexiones imposibles en París. Pero no sé cómo, al final se consigue llegar a tiempo. Eso sí, el negrito vacilón que comprueba los pasaportes y billetes ya dentro del finger (donde no va el aire acondicionado y pega un sol que derrite), con cara de tener el trabajo más importante del mundo y gesto de perdonavidas, me sobra. De verdad.