Todos opinan en este debate: “¡hay que subir los impuestos a los ricos!” dicen unos “¡no, esto frenaría la inversión y el consumo!”, y cada vez se suman más voces discutiendo un absurdo.

Me recuerda al debate sobre la “propiedad intelectual”. Todos discutiendo sobre el oximoron, sin centrarse en la esencia real (cultura, comunicación, dónde reside el valor, cómo dañan los intermediarios, cómo incentivar o rentabilizar una actividad especulativa, etc).

En el tema de los impuestos, hay una cosa clara: la mejor solución es aquella de la que nadie quiere hablar. Y no es otra que la mejor gestión de los recursos públicos.

No sólo me refiero a los millones de euros anuales en licencias de software privativo que innecesariamente se regalan a multinacionales extranjeras en áreas tan fundamentales como educación o sanidad. O a la productividad perdida por los tres cafelitos (o carajillos) del funcionario de turno… por la mañana.

¿Por qué no un programa de incentivo al ahorro y productividad en el sector público? Podría ser algo así como un concurso donde todos (funcionarios y clientes ciudadanos) propusiesen medidas de ahorro y optimización de gastos y recursos. Aquellos que propongan las ideas que repercutan en un mayor ahorro (sin merma de servicio y garantía), ganarían un porcentaje de ese ahorro. Los premios podrían ser millonarios, y el ahorro para el país enorme… ¡sin subir los impuestos e incluso bajándolos!

El peligro es que eso podría acabar con la máxima de “déjame hacer el ganso, y yo no me meteré en lo mal que contratas” o “no me digas nada por llegar tarde y yo no diré nada de esa recalificación de terrenos sospechosa”…

Cobardes recaudadores y confiscadores del esfuerzo ajeno.

¡Meritocracia ya!