Con los transportes, las colas, y la “seguridad” aeroportuaria, uno pierde el día cada vez que ha de tomar un avión.

Llegamos a Chicago, hacemos check in en el hotel, y a cenar directamente. Menos mal que elijo uno que está cerquita: Oysy.

Hace fresquito en la calle, aunque se está mucho mejor que en otras ocasiones en las que he estado aquí (sobretodo en invierno, cuando el permanente viento parece que te quiera arrancar la piel a tiras). Pero dentro del hotel la temperatura es igual que en el frigorífico de mi casa. Malditos yankees con su manía de los extremos (el té lo sirven tan ardiente que ponen advertencias en las tazas).

Al día siguiente, tras una interesantísima reunión de trabajo en el centro, conduzco hasta Arlinton Heights, reunión, devuelvo el coche de alquiler, y otra reunión en el centro, esta vez para variar no con un hospital o distribuidor de equipamiento médico, sino con un fondo de inversiones. Cenamos en China Grill con la intención de ir luego al concierto en Blue Chicago, pero se nos hace tarde y decidimos dejarlo para mañana.