El martes por la mañana, antes de mi primera reunión de negocios del día, fuimos a ver una representación de Kabuki en el Kabuki-za.

Luego, de camino a la reunión paramos en el templo Sengakuji, donde están las tumbas de los 47 ronin (quienes en 1702, vengaron la muerte de su señor – que fue condenado a realizarse sepukku por una confrontación con un oficial de la corte – cortando la cabeza de ese oficial y llevándola al templo, donde luego se suicidaron y fueron enterrados). Lealtad y venganza: mis respetos.

La reunión era en una conocida multinacional japonesa, con uno de sus principales ejecutivos. Así que, dado el nivel de la reunión, lo parafernaliosos que son, y lo importante que es para ellos la puntualidad, salí con tiempo hacia allí. Yendo en metro… ¿qué podía salir mal? Pues bien, esto ocurrió: el metro, generalmente fácil de seguir, era de los que se convierten en tren de cercanías en una estación de conexión. Como no lo sabía y no me fijé, justo antes de llegar a mi estación de destino, el tren se desvió y siguió media hora sin parar (porque además era el express). Así que en cuanto paró me bajé, cogí el siguiente en sentido contrario… con tan mala suerte que paró en cada estación del trayecto (casi una hora).

Al final llegué a tiempo, pero corriendo por la calle. Y claro, al llegar sofocado y sudando, no estaba en condiciones de reunirme. Así que me paré en frente de un colegio, a la puerta de la multinacional, y me quedé, respirando y relajándome, viendo a los niños japoneses jugar. Era como ver escenas de Doraemon o Shin-chan. Al final estaba tan entretenido que casi se me hace tarde.

La reunión fue bien. Pero eso son negocios, y de eso no suelo hablar aquí, así que…

Por la tarde fuimos a Ginza, y cenamos en un curiosísimo sitio en Shibuya, perteneciente a la cadena Sanko. En las estrechitas mesas ponen una pequeña parrilla de piedra, y sacan las raciones crudas de lo que pidas (desde potro a corazón de cerdo). Un ambiente festivo y ruidoso hizo que la velada fuese particularmente entretenida.

Si te vas fijando ves multitud de cosas que te van llamando la atención. Y el metro es un excelente escaparate para ello. Por ejemplo ha visto, desde mi última visita aquí, que la gente emplea menos la PSP, poco la DS, y MUCHO el móvil (banda ancha, pantallas giratorias panorámicas de alta definición con TV…). También he visto a muchos hombres, principalmente ejecutivos, llevando bolsos de mujer. No bolsos de portátil que podrían parecer femeninos. No, directamente bolsos de mujer.

Esta entrada de Weird Things About Japan me debía haber preparado. pero nada te puede preparar para lo que te espera en Japón. Como los posters de cómo comportarse en el metro, donde por cierto se pueden ver algunas de las acciones publicitarias más imaginativas del mundo, a los carteles de cómo lavarse las manos (en ¡8 pasos!).

Lo que está claro es que Tokio es una cuidad tremendamente dinámica y abierta. La gente es gentil y cortés, pero y se respira apertura y libertad. Cada cual lleva lo que quiere (kimono, punk, goth, lolita…) y nadie siquiera mira o comenta nada. [PD.- Como contraste lo primero que me dijo el primer ser querido que me vio al volver: “Qué ropa más rara llevas ¿no?” Juzgad y seréis juzgados]

Además, su respeto por el otro, el espacio interpersonal, la interacción, el orden y la lógica (como por ejemplo el establecer un perímetro alrededor de la cinta de maletas en el aeropuerto), y la sutileza del servicio llevado al último detalle (como este cuadradito aterciopelado en la puerta del hotel, para que lo toques y descargar así cualquier carga de electricidad estática que hayas podido acumular por la moqueta)…