Lo de ayer por la tarde fue una experiencia única. Está claro que me arriesgo mucho más cuando viajo solo.

Todo empezó al preguntarle a Lutfor, mi guía/chófer/intérprete, por los lugares más interesantes para ver. Me dijo que estaban a unos 350Km. Riendo, le dije que lugares que estuviesen en la ciudad. Me dijo que ninguno, y ciertamente cuando nos acercamos a monumentos y museos, daban tanta pena que ni siquiera bajé del coche. Así que me llevo a un “mercado”. Y ahí empezó la aventura.

Primero fuimos a Banga bazaar, en la calle Kamruzzaman Sharani (al oeste de la estación de autobús de Gulistan). Lo sorprendente no era la cantidad de ropa (nada de marcas falsificadas), o su precio (1€ la camiseta, 3€ los pantalones vaqueros, y 5€ las chaquetas), sino lo estrecho de los pasillos, el calor, la cantidad de gente… que hacía que lo único que te apeteciese era salir de allí.

Luego fuimos a New Market, en Mirpur road, Dhanmondi, al oeste de la universidad de Dhaka, supuestamente mejor porque los pasillos son un poco más anchos. Pero más de lo mismo.

Con el agravante de que de los altavoces del minarete de la mezquita adyacente no paraban de salir consignas, rezos y cánticos machacones, que pese a no entender, me estaban poniendo tanto o más nervioso que el discurso de un tele-evangelista.

Así que le pregunté a Lutfor si había forma de acceder a las famosas fábricas y talleres donde confeccionan los millones y millones de prendas “made in Bangladesh” que inunda(ban, antes de la irrupción China y Vietnamita) el mundo.

Como él no sólo es de aquí, sino que además es musulmán radical y de origen muy humilde, se mueve bien por los estratos más bajos, y conoce a varios que trabajan en dichos talleres. Así que decide llevarme a los más cercanos, que sorprendentemente están a escasos metros de donde nos encontrábamos (no me extraña pues ver los carros de madera tirados por hombres, transportando gigantescos bultos textiles por todas partes).

Tras acceder por pasillos y callejuelas por los que no te apetece perder al guía, aunque él va tan deprisa que no sé si quiere despistarme o tiene miedo, llegamos a uno de dichos talleres.

No es que tengan especiales medidas de seguridad, pero todos los ojos te miran (¿será por la cámara, por el color de la piel, la altura, o que llevo traje?), y un “responsable” sale a mi encuentro con la clara intención de no dejarme pasar. Entonces le digo a Lutfor que le mienta y diga que ando buscando proveedor de textil para mi negocio de importación (sé que arderé en el infierno, pero como ya he estado allí varias veces, supongo que no me importa). Su actitud cambia por completo, y muy sonriente me enseña el local, aunque me pide que no saque fotos (se ve que tras el incidente de Nike, no quieren problemas).

Aquí son expertos en tintaje manual y estampación. Por supuesto no hay medida de seguridad laboral ninguna, y el intenso olor a químicos agresivos hace que me preocupe más por poder respirar que por fijarme e intentar comprender todo aquello. En un momento que gira una esquina, aprovecho para sacar una foto.

Me quiere regalar una muestra, pero le indico que no acepto el regalo, que la compro, y a precio de venta al público. Me pide 1€.

Al salir son muchas las reflexiones que pasan por mi cabeza. No sé siquiera si las quiero organizar. Me voy con un extraño sabor de boca, y comprendiendo un poquito más de este complejo y jodido mundo.

Me voy a dormir tras resolver un urgente asunto de trabajo por videoconferencia. Me levanto como si todo hubiese sido una pesadilla. Y como en otras ocasiones, bajo a desayunar y no me sienta mal el variadísimo bufet (excelente zumo de Guava y buen plato de Suji entre otros).

Ahora a esperar en el lobby a que me recojan para ir a la primera reunión del día.