El día ha sido largo y de mucho trabajo.

Para empezar, he tenido que esperar en el lobby hora y media a que me recogiese mi distribuidor. A la hora de espera le he llamado y me ha dicho que estaba en un atasco (cosa que aquí es normal) y que tardaría media hora más. En efecto, al recogerme y salir he podido comprobar cómo el tráfico era absolutamente denso. Ejemplo: hemos tardado 2 horas y cuarto en recorrer 2 kilómetros. Hubiese sido mejor ir a pie, y por mí no habría problema, pero somos 3 y no decido yo.

Así que el chófer nos ha llevado a la primera reunión del día. No citaré lugares ni nombres por discreción, pero es uno de los hospitales más grandes de la ciudad. Me he quedado de piedra. Las imágenes que vemos en la TV de hospitales hacinados, indigentes agolpados en pasillos, gente sangrando cubierta por una sábana en el suelo, etc cuando las noticias de mediodía hablan sobre tal o cual atentado en tal o cual país del medio oriente, eran iguales a las que he visto.

Hay que estar ahí, sintiendo el calor agobiante y la humedad ineludible; mirando a esa gente a los ojos, esos ojos en los que no se ve más que desesperación, agotamiento y hastío; escuchando los lamentos y quejidos de niños y ancianas que, sin entender lo que les ocurre, sólo quieren que alguien haga algo para aliviar su insoportable dolor; preguntándose en qué momento se caerá toda la estructura de vieja y estropeada; incluso imaginando las masacres y violaciones que tuvieron lugar aquí mismo en marzo del 71 durante la “Guerra de la liberación”, en lo que fue una de las limpiezas étnicas más brutales de este siglo. Hay que verlo, hay que sentirlo. Otra cosa que a mí ya no me cuenta nadie. Y cada vez que experimento cosas así, me dan más asco los políticos de todo el mundo (hoy mismo publica el Daily Star que 42 de los parlamentarios de este país, incluidos 3 ministros, nunca han pagado impuestos), el sistema en el que se apoltronan, y la actitud de inmovilismo cobarde que adoptamos todos y cada uno de nosotros en eso que llamamos estúpidamente “el primer mundo”.

Hubiese hecho una foto, pero por respeto a esas personas, y porque generalmente no llevo la cámara cuando estoy trabajando, no la he hecho. Pero he encontrado una del mismo lugar en la red (lleva el © como marca de agua):

Repito que el hospital es grande, y tiene medios (anticuados, pero los tiene)… pero la necesidad es tan enorme.

En dicha reunión he tenido mi “bautismo de fuego” con respecto a reuniones con médicos, ejecutivos, y gente de negocios bangladesíes (que por cierto van todos con camisa de manga larga, pero sin chaqueta y la mayoría sin corbata), y he aprendido la lección: no sorprenderse, y no ofenderse, por rudo que nos parezca su comportamiento. El primer ejemplo del día ha sido un Director de Departamento (con unos dientes tan estropeados que ni en un cómic quedarían bien) que mientras hablábamos ni me miraba, y seguía leyendo el periódico. Y eso que su interés era genuino (de hecho ha solicitado información técnica y presupuesto).

El segundo ejemplo del día ha sido en otro hospital, este ya un poco menos deprimente, en el que otro Jefe de Departamento se cortaba la uñas mientras hablábamos (para que se metan con RMS a quien he visto jugar con los dedos de sus pies mientras da una conferencia). Además, en medio de la reunión ha entrado otro proveedor y mi interlocutor he ha echado una bronca espectacular, siguiendo luego hablando con nosotros como si no hubiésemos visto nada.

Luego otra reunión más “normal”, y nos hemos ido a comer. He pedido cualquier cosa que no pique, pero como los indios, aquí no hay casi nada que no pique. Lo curioso ha sido que mi distribuidor, al final de la comida, y mientras me hablaba y me miraba, ha emitido un eructo tan espectacular y descarado, que casi me pongo a reír. Por supuesto no lo he hecho, y él ni se ha inmutado. Ya ve usted, costumbres.

Por último una larga reunión por la tarde en un hospital nuevo y muy muy lujoso, resaltando los habituales contrastes que se suelen experimentar en los países en desarrollo.

Ahora estoy de vuelta en el hotel. Me llama la atención que el militar que está estacionado delante de mi habitación (tercer piso), para “mi seguridad” me dicen, se pone firme y me saluda cada vez que paso. Analizo la embriagadora sensación de poder y seguridad que estamentos férreos y jerárquicos como el militar proporcionan a aquellos que abusan de sus funciones en el poder, mientras me mira con cara de “¿Por qué me sonríe? Qué simpático”. Corruptor poder.

Me voy a hacer un poco de pesas, dar unos largos en la preciosa piscina, y cenar un poco de fruta. A la cama pronto que mañana, antes de llevarme al aeropuerto, me han colocado otra reunión in extremis.