Que la Organización Mundial de la Salud haya cambiado su definición de pandemia a toda prisa (eliminando los criterios de mortalidad) nos tenían que haber hecho sospechar.

Los intentos de crear “crisis de histeria nacionales” con el tema del Anthrax en EEUU (que luego se demostró, no fueron “actos terroristas” sino “terrorismo de estado con ayuda de las farmacéuticas”) no les saliese bien, pero lo intentasen, nos tenía que haber hecho sospechar.

Que las farmacéuticas estén matando a personas por dinero, como denuncia John LeCarré en su novela (convertida en película de éxito, basada en los hechos reales sufridos por la activista Yvette Pierpaoli) “El Jardinero Fiel”, nos tenía que haber hecho sospechar.

Los gravísimos “efectos secundarios” (de los que no se quiere hacer responsable el gobierno) de las vacunas que recibieron los soldados norteamericanos en la “guerra”/invasión de Irak, nos tenía que haber hecho sospechar.

Así que lo que denuncia la periodista Jane Burgermeister, o lo que nos explica la doctora Teresa Forcades, sobre el riesgo de la vacuna que nos quieren obligar a inocularnos (bajo amenaza de multa o pena de cárcel), para “prevenir” (¿o será contraer?) la gripe A – N1H1, tendría que hacernos sospechar.

No a programas gubernamentales obligatorios con beneficio empresarial privado (sean vacunaciones, alistamientos para invasiones, medidas de seguridad antiterroristas, etc).