Piotr Kröpotkin escibió una de sus obras cumbre, “La Conquista del Pan”, hace más de cien años. Pero la mayoría de sus reflexiones siguen siendo extremadamente lúcidas y actuales. Aquí van algunas frases sobre la “Propiedad Intelectual”:

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Hasta el pensamiento, hasta la invención, son hechos colectivos, producto del pasado y del presente. Millares de invento- res, conocidos o desconocidos, muertos en la miseria, han concebido esas máquinas, en las cuales admira el hombre su genio. Miles de escritores, poetas y pensadores han trabajado para elaborar el saber, extinguir los errores y crear esa atmósfera de pensamiento científico, sin la cual no hubiera podido aparecer ninguna de las maravillas de nuestro siglo. Pero esos millares de filósofos, poetas, sabios e inventores, ¿no han sido también inspirados por la labor de los siglos anteriores? ¿No fueron durante su vida alimentados y sostenidos, tanto en lo físico como en lo moral, por legiones de trabajadores y artesa- nos de todas clases? ¿No tomaron su impulso de todo lo que les rodeaba?

Ciertamente, el genio de un Seguin, de un Mayer o de un Grove, ha hecho más por el desarrollo de la industria que todos los capitalistas del mundo. Pero estos mismos genios son hijos de la propia industria, igual que de la ciencia, porque ha sido necesario que millares de máquinas de vapor transformasen, año tras año, a la vista de todos, el calor en fuerza dinámica, y esta fuerza en sonido, en luz y en electricidad, antes de que esas inteligencias geniales llegasen a proclamar el origen mecánico y la unidad de las fuerzas físicas. Y si nosotros, los hijos del siglo XIX, al fin hemos comprendido esta idea y hemos sabido aplicarla, es también porque, para ello, estábamos preparados por la experiencia cotidiana.

También los pensadores del siglo pasado la habían entrevisto y enunciado, pero quedó sin ser comprendida en su totalidad, porque el siglo XVIII no creció, como nosotros, junto a la máquina de vapor.

Pensemos solamente en que si Watt no hubiese encontrado en Soho trabajadores hábiles para construir con metal sus presupuestos teóricos y perfeccionar todas sus partes –y hacer por fin el vapor, aprisionándolo dentro de un mecanismo completo, más dócil que el caballo, más manejable que el agua, hacerlo, en una palabra, el alma de la industria–, podrían haber transcurrido innumerables décadas sin que se hubieran descubierto las leyes que han permitido revolucionar la industria moderna. Cada máquina tiene la misma historia: una larga serie de noches en blanco y de miseria; de desilusiones y de alegrías, de mejoras parciales halladas por varias generaciones de obreros desconocidos que han añadido a la invención primitiva esas pequeñeces sin las cuales permanecería estéril la idea más fe- cunda. Aun más: cada nueva invención es una síntesis resultan- te de mil inventos anteriores en el inmenso campo de la mecánica y de la industria. Todo se entrelaza: ciencia e industria, saber y aplicación. Los descubrimientos y las realizaciones prácticas que conducen a nuevas invenciones, el trabajo intelectual y el trabajo manual, la idea y los brazos. Cada descubrimiento, cada progreso, cada aumento de la riqueza de la humanidad, tiene su origen en la conjunción del trabajo manual e intelectual del pasado y del presente.

Entonces, ¿con qué derecho alguien se apropia de la menor parcela de ese inmenso todo y dice: “Esto es sólo mío y no de todos”?

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La literatura y el periodismo dejarán de ser entonces un me- dio de hacer fortuna y de vivir a expensas de otros. ¿Acaso existe alguien que conozca la literatura y el periodismo que no anhele y haga votos por una época en que la literatura pueda por fin emanciparse de quienes la protegían antes, de quienes la explotan ahora, y de la muchedumbre que, excepto pocas excepciones, la paga en razón directa de su banalidad y de la facilidad con la que se acomoda al mal gusto de la mayoría?

Las letras y las ciencias no tomarán su verdadero lugar en la obra del desarrollo humano hasta el día en que, libres de toda servidumbre mercenaria, sean exclusivamente cultivadas por los que la aman y para aquellos que las aman.

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  Todos estarían más felices con ello. En el trabajo colectivo, realizado con alegría de corazón para alcanzar un objetivo deseado –un libro, una obra de arte o un objeto de lujo–, cada uno encontrará el estímulo, el solaz necesario parar hacer agradable la vida.
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  Trabajando para abolir la división entre patronos y esclavos trabajamos para la felicidad de unos y otros, para la felicidad de la humanidad.
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