Hace unos meses vi un libro que quería comprar, pero por circunstancias varias no lo pude adquirir en ese momento. Y encima se me olvidó apuntar el título. He pasado meses buscándolo por “temática”, y me ha costado una barbaridad. Si me hubiese fijado en el autor, hubiera sido mucho más fácil.

Por fin lo he encontrado. Se trata de Juliano el Apóstata, de Gore Vidal. El libro relata la vida del emperador romano Flavio Claudio Juliano (más conocido como Juliano el Apóstata), quien intentó revitalizar los antiguos ritos paganos y cerrar el paso a la superstición galilea. Vidal emplea el recurso epistolar entre los filósofos Libanio y Prisco, y las memorias y diarios del propio Juliano, que Prisco habría robado en el lecho de muerte de Juliano y Libanio desea publicar años después, cuando ya es tarde y el cristianismo se ha hecho tan poderoso que no admite oposición.

Neoplatónico, para él (y los muchos contemporáneos que pensaban como él) divinidad máxima es el “Uno”, que se manifiesta a través de visiones, y rituales antiguos como los misterios de Eleusis o el culto a Mitra. Cree en los oráculos (Delfos), los rituales homéricos del sacrificio de animales, y los sueños proféticos. El cristianismo no está a altura de esta exuberancia religiosa y, por lo tanto, se dedica a rapiñar todos los elementos relevantes de otros cultos para hacer una burda imitación.

En la página 135 el mago Máximo conversa con Juliano:

Máx.-Algunos han preguntado: ¿Creamos nosotros a esos dioses o ellos nos han creado a nosotros? Éste es un debate antiguo. ¿Somos un sueño de la mente divina, o cada uno de nosotros es un soñador aislado, que evoca su propia realidad? Aunque no puede saberse con seguridad, los sentidos nos dicen que existe una sola creación y que estamos contenidos en ella para siempre. Ahora bien, los cristianos tratan de imponer un mito rígido y último sobre lo que nosotros sabemos que es variado y extraño. No, ni siquiera un mito, porque el Nazareno existió en carne y hueso, mientras los dioses a los que rendimos culto nunca fueron hombres; más bien son cualidades o poderes hechos poesía para que los conozcamos. La poesía desapareció con el culto del judío muerto. Los cristianos quieren reemplazar nuestras hermosas leyendas por los registros policiales de un rabino reformador judío. A partir de este material inverosímil esperan lograr una síntesis final de todas las religiones conocidas. Ahora se apropian de nuestras festividades. Transforman las deidades locales en santos. Nos quitan nuestros ritos de misterio, en particular el de Mitra. Los sacerdotes de Mitra son llamados «padres». Así los cristianos llaman «padres» a sus sacerdotes. Incluso imitan la tonsura, esperando impresionar a los nuevos conversos con los adornos familiares de un culto más antiguo. Han empezado a llamar al Nazareno «salvador» y «curador». ¿Por qué? Porque uno de nuestros más amados dioses es Asclepio, a quien llamamos «salvador» y «curador».

Jul. —Pero nada hay en Mitra que iguale al misterio cristiano —sostuve para mi mal—. Por ejemplo la Eucaristía, la toma del pan y el vino, cuando Cristo dijo: «Aquel que coma de mi cuerpo y beba de mi sangre alcanzará la vida eterna». Máximo sonrió.

Max. —No descubro ningún secreto sobre Mitra si os digo que nosotros también somos partícipes de un alimento simbólico, al recordar las palabras del profeta persa Zaratustra, que dijo a aquellos que rendían culto a el Dios Uno… y a Mitra: «Aquel que coma de mi cuerpo y beba de mi sangre, se hará uno conmigo y yo con él; él mismo no conocerá la salvación». Esto fue dicho seis siglos antes del nacimiento del Nazareno.

“Curiosamente” Mitra nació de un rayo que abrió una roca, el 25 de diciembre, mientras los pastores miraban su nacimiento.

Todo el que ha visto Zeitgeist conoce la burda farsa que es la religión Cristiana. Aunque me parece que todo el que sea capaz de reflexionar un poco se dará cuenta de ella, sin necesidad de texto o audiovisual que lo guíe.

En las páginas 497-498 podemos leer esta magistral crítica a la religión Cristiana (negrillas mías):

Jesús fue, simplemente, un sacerdote judío renovador, tan exclusivo como los demás judíos, que no tenía ningún interés en hacer proselitismo fuera del pequeño mundo de los judíos. Los problemas que tuvo con Roma no eran de carácter religioso (¿cuándo Roma persiguió a alguien por sus creencias religiosas?), sino político. Este Jesús pensó que él era el mesías. Ahora bien, el mesías es una especie de héroe judío que, de acuerdo con la leyenda, un día establecerá un imperio judío que durará hasta el fin del mundo. Evidentemente no es un dios, y mucho menos el hijo del Dios Uno. El mesías ha sido objeto de muchas profecías judías, y Jesús representó cuidadosamente cada uno de los requerimientos proféticos para parecerse a este héroe (el mesías entraría en Jerusalén sobre un asno, así lo hizo él, etcétera). Pero la cosa salió mal. El pueblo no le dio su apoyo. Su dios lo abandonó. Él recurrió a la violencia. Con una gran banda de rebeldes tomó el templo, anunciando que había llegado con una espada. Debía lograr para sí mismo lo que su dios no le concedía. Acabó no siendo un dios ni tampoco el mesías judío, sino un rebelde que trataba de convertirse en el rey de los judíos. Con bastante razón, nuestro gobernador lo ejecutó.

Las prédicas morales del Galileo, aunque a menudo han sido registradas incoherentemente, están más allá de toda crítica. Predicó la honestidad, la sobriedad, la bondad y una suerte de ascetismo. Es decir, era un rabino judío igual a todos, con tendencias fariseas. Se parece a Marco Aurelio en una forma grosera. Comparado con Platón o Aristóteles, es un niño.

Lo sorprendente de nuestra época es que un rabino provinciano y simple fuera convertido de forma tan extraordinaria en un dios por Pablo de Tarso, quien superó a todos los embaucadores y tramposos que hayan existido en cualquier lugar del mundo. Como señaló con tanta agudeza Porfirio el siglo pasado, «Los dioses han declarado que Cristo ha sido sumamente piadoso; él se ha hecho inmortal y su memoria es estimada por ellos. Mientras tanto, los cristianos son una secta corrompida, contaminada y sumergida en el error». En la actualidad, la situación es todavía peor. Para cuando Constantino, Constancio y la horda de obispos acabaron con Jesús, poco quedó de su mensaje inicial. Cada vez que se reunían en sínodo se alejaban más de las enseñanzas originarias del hombre. La concepción del triple dios es su última obra maestra.

Sé que las citas no deben ser excesivas en un blog, pero me parece tan genial… Termino con esta de las páginas 504-505:

no puedo permitiros que perjudiquéis a los demás, como lo habéis hecho durante tantos años. No catalogaré los delitos que habéis cometido, o permitido. Los asesinatos, los latrocinios, los vicios más propios de bestias salvajes que de sacerdotes, inclusive aquellos de fe equivocada. Aquí están vuestros últimos delitos. —Mostré un grueso fajo de documentos-. Peticiones de asesinato y peticiones de propiedad… ¡Oh, cómo amáis las riquezas de este mundo.

Sin embargo, vuestra religión predica que no debéis responder a los ataques, o ir ante la ley o incluso tener propiedades, ¡mucho menos robarlas! Se os ha enseñado a no considerar nada como propio, salvo vuestro lugar en otro mundo mejor. Sin embargo, usáis joyas, vestís ricas túnicas, construís grandes basílicas, todo en este mundo no en el futuro. Se os ha enseñado a despreciar el dinero; sin embargo, lo acumuláis. Se os ha dicho que cuando recibáis un daño no os venguéis, que es un error devolver mal por mal. Sin embargo, lucháis entre vosotros como la chusma, torturando y matando a quienes os critican. No sólo habéis puesto en peligro la verdadera religión, sino también la seguridad del estado cuyo primer magistrado soy yo, por voluntad del cielo. No sois merecedores ni siquiera del Nazareno. Si no podéis vivir de acuerdo con los preceptos que estáis dispuestos a defender con el cuchillo y el veneno (alusión al envenenamiento de Arrio por Atanasio), ¿qué sois sino hipócritas?