En occidente nos hemos centrado mucho en el “proceso”. Todo son procesos, con su linealidad, consecución, causalidad, y objetivo. Se busca la optimización. Modificaciones sucesivas en pos de una meta, a través de las cuales se diluye el espíritu inicial del proceso en cuestión.

En oriente, sobretodo tradicionalmente (no me refiero a la vorágine de producción y consumo capitalista en la que se ha convertido China, o el hipereficiente Japón de la postguerra) hay un enfoque mucho más orientado al rito.

El rito no necesita objetivo ni justificación. Es en sí mismo. Se repite una y otra vez, inmutable, invariable, con su mágico efecto asentador y reafirmante.

No por venerar el rito y su cultura hemos de caer en la trampa de los mediadores (sacerdotes que ejercen de maestros de ceremonias y guardianes del integrismo), de la alienación, o de la ausencia de espíritu crítico.

Pero nos vendría muy bien empezar a convertir lo que vemos como procesos, incluidos los más simples como saludarse, comer o bañarse, en ritos.