En un océano grande y profundo, como todos lo son, habitaba, entre muchos otros, un pez. Ese pez, como todos los demás, era especial. Pero, a diferencia de los demás, a él se le notaba desde fuera: en su rostro había algo que ningún otro pez tenía. Una sonrisa.

– Ese pez se cree superior – decían unos.

– ¿Cómo lo hace? – se preguntaban otros.

– Ha alcanzado el aquadharma – pregonaban los guru-peces.

– No es en realidad una sonrisa – decían algunos expertos – es más bien la exteriorización gestual de un síntoma patológico, posiblemente de su estómago.

– En realidad– aseguraban otros peces más sabios todavía – es un intento de su inconsciente de luchar contra la no-aceptación de la dinámica grupal que coarta la libertad individual del yo a través de constructos colectivamente consensuados en una especie de imaginario…

– Vaya cantidad de mierda hay que oir – decía nuestro sonriente pez. – Si ellos supiesen lo que me pasa…

Nunca se lo había contado a nadie, pero un día conoció a una pez con la que se sintió completamente unido, y le explicó lo que le pasaba: de pequeño fue pescado, con anzuelo. El anzuelo le desgarró la boca, dejándole esa mueca grotesca que con el tiempo él aprendió a mostrar como sonrisa. Así que no era una sonrisa, sino más bien un trauma. Pero, precisamente por eso… sonreía 😀