Trasiego, planificación, racionalización, trabajo, esfuerzo, movimiento, concentración…

Y al final, el placer mayor del día llega de forma etérea: un smiley en un SMS, la brisa que entra por la ventana, junto con una acertada pieza de Chet Baker que emana de la casa de algún vecino (bendito vecindario en el que nadie ve la TV), el olor un nuevo incienso japonés…

Cuando todo nos parece que está mal, que todo está al revés… te das cuenta del placer de vivir. Placer-dolor, Ying-yang, ser-estar… no son dualidades al estilo occidental, son visiones parciales de una misma realidad: la unificación, envolvente. Nuestros pequeños cerebritos quieren simplificar, ver sólo un aspecto, reaccionar a un estímulo, de una forma clara y definida, generalmente preconcebida y llena de prejuicios. Nos dominan las “pasiones” y las “pulsiones”. Mecanismos desarrollados para ahorrarnos energía, para ayudarnos a sobrevivir como individuos en sociedad. Para sobrevivir al trauma.

Cuando nos abrimos a la esencia, cuando unificamos sin esfuerzo, cuando fluimos, volvemos a una vida que parece simple, pero que en realidad es sencilla, que parece vacía, pero que en realidad es plena… vivir, sin esfuerzo, conscientes, pero sin pensar.

Joder, me doy cuenta que sueno como “gurú-o-matic”. Es como el cuento de Pedro y el Lobo, o la maldición de Casandra: nadie lo creerá. Por eso tenéis que sentirlo, experimentarlo vosotros mismos. No hay texto que seguir, no hay ejercicios ni maestros que os puedan guiar. Sólo hace falta ver con el corazón, sentir la energía. Darse cuenta de lo minúsculos que somos en forma humana, lo absurdo de nuestras miserias y lo efímero de nuestras vidas, pero lo importante que somos, a la vez, como seres, que hacen. Porque para hacer hay que decidir, y al decidir exteriorizamos nuestra fuerza mayor (a nivel individual): la voluntad, la expresión de la libertad.

Sólo hay algo más potente. Algo que va más allá de nosotros: llamémosle amor. Unión. Entrega. Conexión. De nuevo, las palabras son un engaño y las explicaciones un espejismo. Puedo pintarlo y puedo cantarlo. Pero sólo hay una (y mil) maneras de expresarlo, y es junto a esa persona que canaliza la energía con la que conectamos. No es fácil encontrarla. Pero cuando se encuentra, es un crimen universal perderla.