El otro día estuvimos en una conferencia de Ignacio Ramonet (Le Monde Diplomatique), en la que se supone que hacía recapitulación de conferencias anteriores del ciclo sobre nuevas utopías, aunque en realidad fue un cocktail compuesto de 30% de historia de la utopía, 60% de “el estado del mundo”, y 10% de utopías varias.

Lo que me entristeció, entre otras cosas, fue que en no se habló de la participación.

¿Por qué hemos avanzado tanto en lo tecnológico y tan poco en lo social? Por la participación. De hecho, dentro de los avances de la tecnología de las TIC, ¿cuáles han sido los más rápidos y significativos? los que han tenido un componente participativo, masivo: desde el PC vs. MainFrame, hasta eMail o Web vs. Gopher o Verónica, pasando por Facebook, Twitter, Wikipedia, SecondLife…

Anacronismos, teorías, radicalismos, y demagogias a parte (que ya es mucho pedir), se nos vende que la “democracia parlamentaria representativa” es la panacea. Ya nadie tiene como objetivo político otra cosa. Pero ese sistema está viciado de partida. Es un sistema abstracto, superpuesto, impuesto, e independiente de los ciudadanos/votantes a los que se supone representa y más bien regula.

Eso permite que los administradores no se enfrenten a sus responsabilidades (el político que promete y no cumple, el que hace una mala gestión, el incoherente e incongruente, el hipócrita y vendido, etc). Que los ciudadanos no se sientan identificados, que no se crean capaces de formar parte del cambio, aunque se les recuerde constantemente que son parte del problema.

Hablemos de los Derechos y DEBERES humanos.

Persigamos una educación menos técnica, focalizada, enfocada a resultados, y conservadora, y más crítica y basada en valores. Debatamos, pues, sobre cuáles son esos valores que nos unen, nos definen, y nos deberían inspirar y guiar.

Que la participación y la colaboración en una democracia real, directa, sea obligatoria. Todos unidos, en nuestras diferencias, particularidades, y con nuestra libertad, en un mismo barco, llamado humanidad, que puede navegar avanzando grácilmente por las aguas del tiempo, hermanado con la naturaleza, o estrellarse a toda velocidad contra todo aquello que creemos en nuestra ignorancia que no somos nosotros.

Hay que empezar a hacer reformas. Pero no reformas legislativas meras, suaves, sutiles… no. Verdaderas REVOLUCIONES en las reglas del juego.

¿Qué tal si acabamos con la deuda? No con la pasada o la existente, sino con la futura. Prohibida la deuda. Prohibida la posibilidad de endeudarse. Eso nos obligaría a participar, a colaborar, a unirnos, a invertir los excedentes en productividad real, no financiera. Hermanándonos, no obligándonos, en un avance común. Haciéndonos responsables, no dependientes.

¿Qué tal si acabamos con la acumulación desmedida? Claro que estaría permitido vivir bien, muy bien. Y tener seguridad, mucha. Pero NO cualquier cantidad, a cualquier precio. No al abuso y el desequilibrio desmedido. ¿10 veces más, 1000 veces más? Puede ser. Millones de veces más es absurdo y obsceno. Y nada de monopolios, regalías y prebendas. Eso incluye las herencias masivas.

Queda mucho por hacer, pero todos debemos (no sólo podemos) participar. Hagamos un WikiEstado. Un plan colaborativo para un mañana mejor. Ya tenemos nombre y slogan. Ahora a trabajar.