Resulta que los traumas muchas veces causan pesadillas recurrentes (todas las puñeteras noches).

Resulta que en sueños agitados (como las pesadillas) tendemos a efectuar movimientos “periféricos” (ojos, dedos, pies, boca…).

Resulta que cuando mueves la boca por la noche, todas las noches, se desarrolla un músculo/cayo en el interior de la madíbula inferior.

Resulta que ese músculo/cayo, cuando crece demasiado, quita espacio a la lengua.

Resulta que cuando la lengua no tiene su espacio natural, se va hacia atrás (hacia la garganta).

Resulta que una lengua desplazada hacia la garganta reduce el paso de oxígeno.

Resulta que al reducirse el paso de oxígeno, y respirar, mientras dormimos, producimos “ronquido”.

Y podríamos seguir con el tren causa-efecto:

Resulta que además causa apnea, que causa cansancio e irritabilidad diurna, ansiedad, aumento de riesgo cardíaco, irritabilidad, problemas de memoria y concentración, depresión… y eso por su parte causa…

La complejidad sistémica puede parecer llegar a ser inabarcable. Pero como en el caso del “demonio de Maxwell” (como lo llamó Lord Kelvin), al ser el sistema abierto (siempre lo es, por mucho que la hiperfocalización se empeñe en acercarse a los problemas como un sistema cerrado), no se contradice la segunda ley de la termodinámica. Es más, a nivel cuántico, el “demonio” ni siquiera podría llevar a cabo su discriminación.

¿Quiere decir eso que cabe la posibilidad de que alcancemos el conocimiento completo, a lo Fausto, que recorramos el tren causa-efecto de principio a fin? No, porque la causa-efecto es una dualidad simplificadora que el empirismo introdujo para alejarnos del misterio. Pero en realidad no existe.

Al igual que el conocimiento es un acercamiento “externo” a algo que sólo se puede alcanzar desde dentro. Es como querer ver los peces desde el barco: si no buceas, no los ves, por mucho que “sepas” que están ahí. Pero verlos no te convertirá en un pez. Bucear sí.