Esta imagen no tendría por qué extrañar, ni acabar mal. Debería, podría, ser idílica. Si no hubiese nada más que la intención…

Pero, al igual que Frankenstein, aprendo que soy un monstruo al verme en el estanque reflejado. Entiendo el dolor que causo a la inocencia al oirle gritar. Y aprendo que la imprudencia temeraria, la negligencia miedosa, la ignorancia atrevida, el descuido por sobrecarga, la ceguera por reacción, la empatía insuficiente, la insensibilidad defensiva… causan daño, aunque no haya mala intención.

Me siento como debió sentirse Rimbaud al escribir

¡Y he visto alguna vez, eso que el hombre ha creído ver!

Yo he visto los archipiélagos siderales y las islas donde los cielos delirantes están abiertos al viajero.

Yo sé de los cielos que estallan en rayos, y de las trombas.

¡Pero, de verdad, yo lloré demasiado!

Las Albas son desoladoras.

Toda luna es atroz y todo sol amargo: El acre amor me ha hinchado de torpezas embriagadoras.

¡Oh que mi quilla estalle! ¡Oh que yo me hunda en la mar!

Pero hay algo, algo, que late, que continúa, que se niega a hundirse… llámalo amor.