Oxford logoHace unos días, el Comité Académico de la Universidad de Oxford se reunió para valorar mi candidatura a la invitación a ser investigador y profesor invitado (visiting fellow) durante tres meses. En estos casos, se necesita un “anfitrión” (host). No citaré el mio para evitar personalizar polémicas, pero es muy muy sintomático el mensaje que me envió el día de antes de la reunión.

En ese mensaje, entre otras cosas, me decía:

You also say in your proposal that you intend “To advance the cause of free-software in the realm of ICTs, both to balance the ever growing pressures of pro-patent and copyright pressure groups, and to provide media and academics with reliable and measurable figures.” Universities, of course, are there to do the latter, not to campaign or lobby on political issues.

¿Quién dice que las universidades no están para presionar sobre asuntos políticos? La cantidad de revueltas políticas que se han iniciado en las aulas es abrumadora. Ya sean los estudiantes unidos, los profesores disidentes (algunos Premios Nobel de la paz, otros por desgracia pagaron con la cárcel o su vida por ello), o la misma institución de manera oficial, las universidades han sido un foro de debate, exploración, y libre expresión privilegiado y prácticamente único en la historia de la humanidad. De hecho, la misma Universidad de Oxford alardea de ello: “From its early days, Oxford was a centre for lively controversy, with scholars involved in religious and political disputes.”

Parece políticamente muy correcto el mantener los centros públicos alejados de la religión y la política. Pero ¿no es una universidad un lugar donde plantear ideas, debatirlas, sopesarlas, estudiarlas…? Para ello no sólo hay que tenerlas, hay que defenderlas, proponerlas. Está claro que hay que garantizar una pluralidad (de lo contrario tenemos centros de lavado de cerebros), pero no puede haber opciones donde no hay elección.

¿Qué ha pasado con la Akademeia griega? ¿dónde quedan los apasionados discursos, los inacabables debates, que resguardados entre las seguras paredes del santuario del saber libre y plural que debe ser una universidad, cuestionaban los poderes fácticos que a sus propias puertas combatían, reprimían, e imponían?

Lo que me ocurrió en la UPV hace 6 años creí que fue una excepción, mala suerte, un cúmulo de desgraciadas casualidades, una “mano negra” que cegada por sus intereses, arrasaba con lo que se pusiese por delante. Pero empiezo a ver un patrón. Como bien explica Noam Chomsky en Manufacturing Consent, la famosa “mano negra” no es una “mano”, es el propio sistema que intrínsecamente responde a esa estructura que pretende perpetuar.

Puede que me equivoque, pero no puedo evitar sentirme profundamente triste por el desengaño que una y otra vez siento cuando quiero creer en ese lugar que empiezo a percibir como mítico, falso, o muerto.