Siempre he defendido la obra derivada como una de las formas más potentes de creación de nuevas obras culturales (y eso por ello, entre otras muchas razones, que el copyright nos es más que un estorbo para la creación). Pero de la Cultura (mayúscula) a la Basura (idem) reciclada hay un paso, y el caer en fórmulas del tipo “firmo un acuerdo de licencia, pongo la cara de un par de actores de moda, saco un iPhone por aquí y un Prius por allá, y ya puedo hacer una nueva versión de El Séptimo Sello” es demasiado catastrófico, tentador y ocurre con demasiada frecuencia:

De las 25 películas de mayor taquilla del siglo XXI, 23 son remakes y versiones.

¿La culpa? Los de siempre: nosotros, el público-consumidor. No queremos pensar, no queremos arriesgar. Si nos gustó “La jungla de cristal 23: ando descalzo sobre cristales rotos a mis 80 años” ¿cómo nos vamos a resistir a ver “_La jungla de cristal 24: algún día mataré al verdadero malo aunque me tenga que cargar a todos los ciudadanos de Los Angele_s”? ¡Consumir nos define! (solía ser “elegir”, pero ya no sabemos qué es la responsabilidad ni tenemos huevos de afrontar las consecuencias de nuestras decisiones, sólo sabemos comprar una entrada y refunfuñar al salir en dirección al siguiente espectáculo alienante).

Y de ahí salen la prensa rosa y amarilla, las 6 jornadas de fútbol a la semana, gran hermano y gran hermana… y el irresponsable y avaricioso juego especulador y corruptamente maquiavélico que nos ha llevado a la crisis financiera mientras veíamos en directo cómo le extirpaban grasa del culo a Belén Esteban.