Dejad que los niños sean...
… ¡¡NIÑOS!!
Pues si les contáis vuestras penas y pedís ayuda, crearéis codependientes.
Si no compartís con ellos lo que ocurre, generaréis una sensación de exclusión e incapacidad que se traducirá en miedo y aislamiento.
Si los erotizáis (como la nueva versión de Caperucita Roja, o los anuncios de Benetton), produciréis trastornos de la personalidad y problemas con la identidad, el vínculo y el apego.
Si los alimentáis en exceso o desequilibradamente, adelantaréis su pubertad y madurez sexual (¡hasta en una década!), lo que conllevará un comportamiento no acorde a su inmadura percepción natural del riesgo, lo que devendrá en embarazos no deseados, abortos de menores, promiscuidad, enfermedades de transmisión sexual, dinámica grupal alterada, tensión social elevada, exclusión, delincuencia, aumento del consumo de drogas, descenso de tasas de aprendizaje… (y luego queremos compensar derrochando miles de millones de euros en programas de prevención, cárceles, desintoxicación… ¿qué tal si en vez de matarnos para arreglar el roto, pensamos y nos informamos antes de cagarla?).
Si los alimentáis insuficientemente produciréis carencias en su desarrollo físico y mental.
Si los sobre-protegéis conseguiréis niños con poca autonomía, miedos y dependencias.
Si los infra-protegéis corréis el riesgo de que sufran accidentes, y abusos.
Si no les dais suficiente cariño, con la consecuente carencia de oxitocina, se producen graven trastornos cerebrales que desembocan en trastornos extremos de la personalidad.
… equilibrio … ¡qué difícil! Os lo dice alguien que no sabe nada de esto, pero que siempre ha pensado que para ser padre, se debería pasar una formación específica, un examen, y controles periódicos. Ahora lo pienso más que nunca.
Que los niños nos perdonen (o no), igual que nosotros tenemos que perdonar (o no) a nuestros padres.
Y no, la buena intención, como habéis visto, no es suficiente.