Con ocho horas y media de espera entre vuelos, por lejos que esté un aeropuerto del centro de la ciudad, siempre merece la pena darse un paseo antes que quedarse tirado en un banquito de terminal (o un sofá de sala VIP), y más si el aeropuerto (en este caso CDG) está tan bien comunicado, con estación de tren y metro. Así que ¡directos al centro!  (aunque esta vez fue en taxi).

Por desgracia un accidente tan común, pero no por ello menos desagradable, como que se meta un minúsculo “algo” en el ojo puede acabar con la velada más agradable. Incluso aunque uno decida subirse a un Open Tour, si no puede disfrutar de las vistas de Notre Dame, la Torre Eiffel, el Obelisco, los Campos de Marte, los museos, los edificios… no sirve de nada. Cierto que la comida en La Brasserie Le Bourbon (frente a la Asamblea Nacional) fue agradable, pero el dolor pudo más, y el hecho de que los servicios médicos del aeropuerto no consiguiesen solucionarlo (cosa que no ocurrió hasta el día siguiente en una clínica oftalmológica) no ayudó.

A la prochaine, Paris!