Uno de los ejemplos que los recelosos del copyright y las patentes emplean una y otra vez en el debate sobre la libertad de la cultura y la información es el coste de producción, que “debe ser protegido”. Sin entrar en el absurdo mafioso de la “protección” y sus alternativas, hay mucho que hablar sobre el coste, o más bien sobrecoste, que se alcanza en modelos de producción “protegidos” o restringidos (creando escasez artificial).

El ejemplo máximo de ello no es el cine (“Avatar” costó chorrocientos millones de producir, “Torrente 26” costará tantísimo…), pues como infinidad de películas de bajo presupuesto muestran, se puede hacer por menos, con lo que la excusa de que “necesito gastar todo esto para hacer mi peli” ya no cuela. Y gracias a los medios digitales, cuela cada vez menos.

El ejemplo máximo que se suele emplear es el elevadísimo coste de producción de un medicamento (o como lo llaman ellos: molécula funcional tras los procesos de verificación clínicos). Resulta que ese coste, como promedio, es de ¡800 millones de euros! (según una presentación que vi hace unos días). ¿Seguro que es necesario hacer las cosas así (lo que pasa en muchas industrias, como en sanidad)? Pues claro, si hay que re-inventar la rueda cada vez, no hay más remedio.

Pero si en vez de obstáculos de patentes, y modelos predictivos privativos, se compartiese la información (como propone la empresa Sage con su Sage Commons, enlace gracias a Álvaro) en gigantescos grupos de datos integrados (molecular, biología patológica) accesibles públicamente, el ahorro de desarrollo sería brutal. Es más, permitiría que muchos investigadores, sobretodo independientes, que ahora no tienen los recursos, pero sí grandes ideas, tuviesen una oportunidad de crear, de inventar… de curar.

Pero como todos sabemos, y más las grandes farmacéuticas, no se trata de curar, se trata de aliviar síntomas. No se trata de inventar, se trata de pequeñas mejoras (sobretodo en el nombre, caja, y anuncio). No se trata de convencer, sino de sobornar.